viernes, 26 de noviembre de 2010

RUFINO DE LA CRUZ NO TIENE NOMBRE

Rufino de la Cruz nació un día viernes de la tercera semana de Noviembre, sin nombre, sin noblezas, sin valores, con sangre señalada de negro.



El Sol hizo amanecer el día como lo hace todos los días, no hubo anuncios reales, los ríos, los pájaros y el viento cantaron y silvaron como siempre lo hacen en la tercera semana de Noviembre.



Tal vez sólo su angel guardián divino sabría que Rufino llegaba signado para que la bestia del olvido se lo enguyera sin atragantarse porque las lealtades no atragatan.



Las lealtades, igual que los agradecimientos, fluyen como las corrientes de sangre oxigenada, como la transparencia de las límpidas aguas  de los arruyuelos,



Corren así, como los pensamientos y los ruegos inconfesos de las buenas voluntades, por los causes de la mano derecha que no le cuenta a la izquierda.



Las lealtades son como las oraciones murmuradas por los niños antes de dormir, sólo las oye, quién sabe si Dios.



Un día y otro día Rufino buscó los caminos asfaltados de la Ciudad y conoció los nombres impronunciables de "El Jefe"



Respiraba sus orgullos rurales avanzados en afanes y luchas contra los perversos que mandaban. Una mañana 
Rufino estuvo temprano y a tiempo para completar una misión más, al lado de Minerva Mirabal.



Las campanas de la muerte sonaban y resonaban sus ecos en las voces y diálogos de las amenazas 
mas, no importaba nada, los mandatos de la conciencia ordenaron la salida de Las Muchachas.



 Rufino era sólo un amuleto de azabache para cuidar de espíritus malignos el camino largo y tortuoso 
Bordeando montañas, precipicios, lluvias y tormentas. Rufino era un ausente de filiaciones letradas.



Sin fábulas ni historias de ciudad, parece que sin madre con vientre para sufrir su muerte, sin padre, hermanos ni herederos para vengarla. 
Los garrotazos rompieron su cuello, callaron su garganta, era sólo la garganta negra de un negro sin nombre.



Rufino no tenía Dios ni sabía escribir versos, no supo de Sócrates ni de Los Olimpos ni de la guerras del mundo. 
Era como los indios sin almas, no ocupaban  a los frailes de La Conquista, sin Biblia, sin pecado original.



Rufino conocía los días lluviosos que ordenaban las cabañuelas, pero no leía La Cuántica, El Capital  ni El Principe. 
Entonces Rufino no ha merecido ser contado, mucho menos cantado, porque los fantasmas no cumplen aunque tampoco envejecen ni mueren.






Rufino se quedó sin flores, sin tumba, sin oraciones ni epitafio. No ha muerto Rufino, los fantasmas no mueren, no tienen origen, no tienen hijos, ni hermanos, ni padres, ni sobrinos, ni amigos ni camaradas.



Es sólo un espectro de las fantasías negras, una sombra invisible y congelada en el mar de los olvidos, en el mismo fondo del mar donde florecen transparentes, sin colores, las azucenas de los abismos cultivadas por ángeles sin dioses.



Donde los colores de las estrellas son imposibles, donde el Sol no irradia su calor, tal vez vuela Rufino como fauno innombrado junto a los dioses sin nombres de La Lealtad .