No pediría tu perdón,  no  valen las redenciones sobre  el daño sangrante revuelto en el dolor
La confianza destrozada, la cobija rota, las penas cristalizadas por lágrimas secas antes de brotar
La vergüenza inflada,  la vida rebajada a  promesas cansadas, doblegadas por el peso de lo gordo
La mirada humillada hasta el piso de lodos bajo el calzado del cazador indiscriminado, sin olfato
Avivados los arcos y las flechas contra la inocencia de tus miradas, tu pureza, tu perfecto respiro
Ofensa entregada en bultos sin destinos postales, subrepticios, tras la malandra del irrespeto y el desamor
Hacia mi hija que es el alma inmerecida de mis sentidos, de mis días, de mis cantos apagados en lágrimas
De mis días, de mis espacios, de mis direcciones, de mis encantos encurtidos bajo el seco salobre
No habrá  vueltas, la  muerte  no  borra la historia, no  la endereza, sólo la escribe con lápiz de plomo
No merecen  valor mis pruebas, ni  mi calor  pasmado, de hojas secas, mis confesiones ni mis ruegos
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Ni siquiera una huida hacia los fondos abisales o un sacrificio de fuego contra la vida, tal vez lo justo.
