Mi hija carga el peso de su mirada contra mis ausencias
No sintió mis manos durante sus noches alargadas por los asmas
Hiel de un amargo helado que aun destila por su garganta
Hierven en mi las cicatrices de sus memorias despiertas
Puedo sentir sus cortadas mortales, más profundo que el dolor
Las culpas del suicida sobrecargan la presión de esta caldera
Me infartan todos los sentidos, la tormenta rompe por mis ojos
Los gemidos sibilantes de una niña derramada en su ahogo
Torturan mis noches, silban los tímpanos, tintinean unas lágrimas
Contra la inflamación de sus amígdalas y el amargo de sábila
Ausente mi nombre, mi caricia, mi voz, mi mirada y mi aliento
Ausente el honor, el deber obligado, el calor de la mano que cura
Sólo Dios como Dios bendijo la pócima del sanador y sus palabras
Las oraciones infalibles rogadas por abuelos mandados del Cielo
Los más ricos de su amor, cubrieron las cuencas de mi lugar
El cielo entero abarca menos que lo agradecido a sus luces
Ella es mi sal, la amo hasta el morir con la fuerza de todos los todos.
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