viernes, 30 de mayo de 2014

MAMÁ VILLA, SEGUNDA FUNDADORA

Ulalio de la Cruz fue aparcero analfabeto vecino de la "Sección San Antonio" quien se propuso darle escuela a su hija primogénita en las constumbres de  las hermanas religiosas que educaban las hijas del dueño de la parcela cultivada bajo trato "a la par"  con su propietario titulado Don Rafael, delegado residente de la Ciudad Capital a donde a  la edad de nueve años, fue llevada Eduviges,  un mes antes de la fecha asignada todos los años para iniciar las clases  en las escuelas siguiendo trato acordado en conversación de buena voluntad con Doña Alsacia, la Señora de Don Rafael.

 Llegó Ulalio acompañado de su hija a convivir entre familia junto a las cuatro hijas de sus patronos, la menor de ellas algo mayor que Eduviges, esta a quien ya la esperaban regocijadas aquellas por su llegada, así complacidas y complacientes, recibieron su nueva hermanita, tal como habían decidido presentarla y tratarla.

 Fue iscrita en el colegio al que asistían las demás niñas. Pronto asumió el ritmo escolar y el de las costumbres regulares de la familia. Su padre estuvo siempre atento a los informes recibidos sobre su comportamiento escolar siempre adelantado y su formación urbana bastante sobresalida con relación al tiempo transcurrido desde su llegada y su fácil integración al nuevo estilo social que le ofrecía el urbanismo de la ciudad capital, apreciada y exaltada tanto por las monjas como por sus apreciados padrinos , Don Rafael y Doña Alsacia a cuyo hogar acudía Ulalio cada cierto tiempo a traerles víveres, cereales, tocino y pollos.

 Ocho años de educación completaron el aprovechamiento escolar de la niña destacada en costura, cocina, bordados, lecciones de magisterio escolar, litugias y doctrina religiosas, reglas sociales, cantos, enfermería, dibujos, arreglos florales y jardinería, fueron parte de las lecciones especiales aprendidas entre las monjas.

De adolescente a su adultez iba madurando cuando los acontecimientos precipitados por la ocupación militar ejecutada por ejército de Estados Unidos sobre la República  trastornó los cimientos políticos, sociales y económicos de la Ciudad y todo el país.

 Se avizoraban inciertos acontecimientos  propios de las conductas desordenadas que impostan sobre las muchachas y muchachos por soldados americanos cuando estos ocupan ciudades y villas de pueblos extranjeros,  tal que tanto Don Rafael como Eulalio estuvieron conteste en que la prudente previsión aconsejaba que la Señorita Eduviges regresara a vivir a su poblado natal junto a sus padres, donde  los acontecimientos de interés nacional solían impactar sólo semanas y meses después de ocurridos y la paz de la pobreza rural transcurría la vida sin los ruidos y sobresaltos que escandalizan la vida de ciudad.

 En pocas semanas ya Eduvigis, familiarmente apodada "Villa", hizo fama su formación apreciada y sobresaliente, vestida de modo igualmente distinto, se resaltaba en todo, en su hablar era cuidadosa y corregida, las  oraciones y cantos contenidos en su misal eran recitados y cantados completos en Español correcto y en Latín, dirigía todas las prácticas laicas de la liturgia habitual, así que pronto pasó a ser la pieza más importante en la asistencia al cura Miguel Hernándes, apreciado y respetado como un propio Mesías en toda la comarca municipal.

Antes del año, el recién nombrado alcalde, uno de los pocos hombres letrados hasta saber leer y escribir de corrido, Don Mundo de la Cruz, quien había sido enviado a alfabetizarse por sus padres donde unos familiares residentes en San Cristóbal, Capital Cabecera de la Provincia,  le propuso matrimonio a la reluciente doncella de modales capitalinos, los hechos vinieron a favor del casamiento que no tardó en celebrarse.

Hubo de ser el ceremonial acontecido de mayor trascendencia, al tratarse de la mujer entonces más destacada por sus luces de inteligencia que la hacía ser respetada y casi venerada por todos desde los niños hasta los abuelos. La confianza acompañada de sus conocimientos certeros y su conducta aleccionada , devinieron pronto en sabidurías de todo género, incluida su mayor fama como partera y sanadora.

 Cuando el cura se ausentaba, la Doña Villa sólo no celebraba los Sacramentos pero hasta les echaba agua en bautismo ceremonial a los niños moros cuando alguna emergencia circunstancial lo demandaba, como manda la liturgia cristiana católica, cual eran los casos de amenazas de muerte tras los ataques de colerín negro y no se contaba con la presencia misma del cura.

Había memorizado el santoral cristiano para asignar nombres a los recién nacidos,  santiguaba mal de ojos, ericipela, jaqueca, furúnculos, preparaba botellas para la sifilis, mal de orines, colerín, corredera, tuberculosis, tosferina, el ahogo, sacaba niguas, limpiaba rámpanos, bubas, viruela, curaba el padrejón, sabía curarlo casi todo con oraciones acompañadas siempre de las ayudas medicinales aconsejadas por el mismo cura en nombre de Dios y las lecciones de enfermería aprendidas durante sus años de estudios y experiencias vividas juto a las monjas de la ciudad, yendo mucho más lejos, al incorporar toda suerte de conocimientos criollos tradicionales, como parte de sus habilidades genuinamente propias de su personalidad natural, aguda de pensamiento, observadora y ordenada, desde dejar morir los moribundos hasta espantar demonios, indicaba tisanas de eucalipto para la tos, masticar hojas de menta para los bahos de la boca, licor de raíz de anamú  para los muermos, bayrrum para los dolores de cabeza y las caderas quebradas, flor de auyamas maceradas en cenizas para los grajos y la mazamorra, alquitira para el mal de estómago, maguey para la mejoranas, guanábana de perro y semillas de aguacates para los  calores de las mujeres en edad, eucalipto para el catarro, ruda para la tristezas,  cañafístola para purgantes, aceite de culebra para las coyunturas, leche de burras para los niños sietemesinos, ensalmos secretos sobre el padrejón, conchas de jicoteas para los males del pecho, soluciones de creosota para las mataduras de caballos, plumas quemadas para la peste de las gallinas, tres sales para las limpiezas intestinales, magnesia para dar a luz hijos más claros, remolacha para la anemia, zanahorias para la visión, repollos para el estómago, té de campana para dormir, baygua con cenizas para marear peces, tierra con azúcar para los perros envenenados, carne cruda de lechuza para el ahogo, sumos de tayotas blancas para la tos ferina, baños de orinas de niño en hojas de guanábana para las fiebres altas.

En la medida de la madurez del tiempo que transcurría en favor de las experiencias acumuladas en la muchacha, Villa fue creciendo su familia, Reyito, Ulalia, Elena, Minola, Francisca, .....pasaron a llamarla "mamá" como de suyo eran hijos de su vientre. Así de igual se fue extendiendo entre hijos, nietos, sobrinos y ahijados, que los eran la mitad de los jóvenes del pueblo, el nombre de Mamá Villa.

Nunca acumuló fortuna mayor porque hubo de balancear cuanto servía y cuanto recibía en nombre de La Virgen ya así su nombre se volvió mito que dura entre las oraciones y plegarias de centenares de descendientes como reguero de cruces de cementerio y luces que se multiplican  por entre toda la geografía de pueblos aledaños y otros más lejanos, siempre atinados en la preservación de los cultos a la Virgen de Altagracia y las Novenas a San Antonio, instituídas por la propagación y extensión de su fe practicada.


,

No hay comentarios:

Publicar un comentario