domingo, 9 de febrero de 2014

ANA BLANCA LA LINIERA DE CHARLES




En ruedas de fierro brota el orin de historias talladas en el alma de mis días adolescentes

Martillo y metal profundos, granalla en estallido al discurrir de la conciencia 

Resuenan ecos profundos del origen, sus mil siglos inscritos son himnos del Universo


Maestros, caminos y futuros, pares relevantes, rutas dibujadas a pinceladas de Cosmos.


Puesto del lugar, escenario de mis recuerdos, diagramas de tatuaje en imágenes del día y la noche

Una más, novela escrita con sangre de Ana, piel pardo-claro, destrenzada, iris de transparencia marina


Delineaba su rostro el contraste de su génesis canaria, aceituna contra algarrobo de estos  bohíos.


Frutilla en crecimiento, tan nueva como brote del naranjo sin color de madurez ni espera de amanecer.


Salvación alada por trato libre de entre las serranías rurales do duerme su letargo la línea de frontera

Poesía en versos hilados, panal de oro desde el resongo y la comedia al vicio del impudor.


La Blanca llegó núbil al paraje abrazada de un criollo,  guardia armado y mondo en crudos vivaques  


Olor y corazón de ternera de mamadas, quiebra la voz en sustos y miedos a brujos y muertos

Inocencia sin artificios, cruzó el largo de la media isla desde La Línea hasta el caserío de Los Mulos

Resto rural, calle única sin nombre, acampado de transeúntes, recuas de mulos, parada y descanso


Bucolismo escénico fijo en nublazones, gritos de ciguas palmeras y monterías sin haciendas

Temporales de lluvias tormentosas, brisadas de ciclones, bendiciones y embrujos de mal de ojos


Se dilataron los tiempos más allá de lo corriente, lo indefenso de la presa inducía piedad de varón

Cuatro años bordados en riberas de pomos, cajuiles y mangos, lluvias y arroyos, mocosos y gritos


Eternos verdes alegres como los ruiseñores del patio, petirrojos, carpinteros y otros escándalos


Cuatro verbos en nombre de Dios sirvió su vientre antes del traslado de su aparejo

Tiempo ya de fechas vencidas, de años sin malasuertes ni ciclones, era ley un parte de tormento

El día franco, el cabo vistió planchado, salió a servir a largo allende sin tiempo de vuelta a vista

Rutina de la sin piedad castrense, retorcijón de truculencia, lisia social de poemas y romanzas

Pendieron testimonios de cuentas sin arreglos, el carretón de víveres, el casero y la partera

Semanas y meses se agolparon contra las esquinas anudadas entre miserias y el dolor de lo incierto

Lloros resueltos en sueños de espejos desconocidos, el padrejón les mordía la barriga a los infantes

Ana La Blanca abría libre el largo de su cabellera a la virgen voluntad de la mañana y la brisa

Era meladura lo tierno de su rostro pálido contra el destilado carmesí de su boca y ojos negros

Cejas de bosque tupido hacían el cerco puro de su candidez burlada a distancia de los astros

Puesta de la tarde, ito de oración del ángelus a la Virgen, oraba transida por la vuelta  


Trucáronse los instintos, nubes de sueños, arte de aventuras, cuentos marineros y guerras


A veces las apuestas traen trofeos a vueltas de azar, por ciclos de voluntad divina, van y vuelven

Verdad vertida en cuentas de rosarios y misterios, cruces de dolor, del hombre, sus culpas y redenciones

Carne en hervidero de sangre, precocidad que alienta los vahos ante los espíritus de la pasión


Cruces de pensamiento aligerado por vientos del hambre y azote temporal de fertilidad de flores


Sin tiempo para pensarlo, fue carne en garabato propuesta al asalto de felones, guaraguaos y santeros

Los olores de su flor subían los humores y tormentos de perros viejos, licor de Dios para cachorros

Arribó primero el vaho a sudor del nuevo conscripto de relevo para el oficio vacante en el cuartel

Acarreó con reverencia el baldón diligente del telegrama, el parte obligado rindió sobre fallecido

Amargura, tristeza y desesperanza inundaron la mirada hasta el mar del desaliento y el ahogo

La Tragedia despedazada en temblores de jirimiqueos y llantos tartamudos dibujaban la escena

Mezcla de mocos dulces y sal de lágrimas bastó para la cena y la espera de esa noche inagotable


Invocó el recluta al Dios del honor, brazos y pecho soliviaron el cuerpo vencido en pálido vahído


La tarde ya abatida sombreó la pieza enchumbada de goteras, cierre del drama en sobrio estuco


De trazos masillados en rojo recogido en las botas desde el terrazón mojado de la callejuela 

Honorable cortesano vino a ser, el gendarmen ejerció de noble guardián de sobrevida de la ópera prima


La confusión conmovió los sentidos ante la truculencia de la tragedia: dolor, piedad, ternura y miseria


Sobrevivieron esa noche la fe sobre lo incierto, la esperanza y caridad cristianas de los rezos rotos


Asalto de llantos y sudores, primitivos instintos nocturnos de cabro montañés.pusieron los acentos

Ulularon los búhos, graznaron madrugadores los patos, amaneció temprano el sol de guardia


Al primer canto del día pasó de mano en mano un sorbo de harina en aguada de guarapo caliente


Frente a una mueca de confianza resignada testaron por lavandería, techo, cocinado y confianza

Conyugados en convención de empate a la mejor apuesta de donde todo resultado es ventaja ganadora 


Las semanas ensancharon lo sublime de las caderas y el brillo perla-cromado de las mejillas de Ana 


Los fragmentos de oraciones aprendidos no fueron tantos pero los recitaba a devoción convencida


La esperanza aun dormía, los recuerdos en sueños ansiaban su descalza niñez reciente

El imaginado regazo tibio de su madre todavía la apecha  si un ruido de dolor o miedo le grita.  


A toque de imagen sus manos hilarían la extensión de nubes y plumones revertidos en guijarros


Otro Cosmos tan denso, hecho de verdades asidas a los pies de El Creador, Dios y Buen Señor


La Blanca aprendió la doble pasada  del plátano frito y otros gustos de los guardias del puesto


Todos convinieron en descansar tardes de dominó y barajas tiradas sobre la tabla para cuatro sillas

Más de treinta semanas habían transcurrido desde los tormentos acarreados por un telegrama


A veces, correos y telegramas arrastran sales metálicas como avalancha de ríos de montañas


Esta vez la noticia contada por otro telegrama dijo del nuevo traslado, se repusieron los tablados


Del teatro, desesperación, nuevo dolor, nuevas noches de insomnios salobres, se abría el cortinón

En el escenario una maternidad incompleta, a semanas el evento trajo la quinta cría por alimentar


Siete veranos apenas contaban las tormentas de la niña mayor, así fue enfermera y cuida niños


Cocinera, limpiadora y lavandera del servicio inaplazable de arreglar los uniformes de otros guardias


Cuento de novela servida por fantasías sería la completa narración de los nueve maridos de La Ana

Mujer hinchada de fe nunca truncada, confesaba la esperanza de fijar moral en su reino y territorio 


Once príncipes pudo servir al completar su monarquía, ya sus manos y caderas iban en descuadre


Gordos, azules y amarillos,  cabos jefe de puestos,  reclutas analfabetos y maestros aquijotados


Ana La Blanca no deshiló su rueca del tiempo en misas de domingo, entierros santos ni carnavales

Jamás supo del latín de Tedeum oficiales ni misas y discursos nacionales, paría niños y los criaba


Treinta y dos años contaban sus días al jurar por todos los santos que al fin sería feliz  y fiel a Dios  


Hizo jura de soledad en cuido y defensa de su crianza de niñas concedidas en oración a La Virgen


Pies celebrados de santa suerte, mujer hembra, despierta voz en dulce canto de niña campesina, 

Caderas fermentadas de amor en cada primavera, fertilidad recurrida de polen viajero, de estación


Su promesa jurada era de peso, mas, los pares de fuerzas del bien y el mal se baten por sorpresas


Sin horas anunciadas aparecían sin pases de reservas, magos, salvadores arrepentidos, teleros...


Llegó hambriento y desconocido un confeso panadero buscando posada de alivio a su cansancio

Halló resguardo provisorio en un cuarto de pago hábil en la fonda, sólo habló lo preciso y necesario


Traía zapatos lustrados, traje negro y sombrero en arreglo de ministro del cristianismo episcopal 


Búho de arreglados modos, la mesa alistada para comensal imprevisto, único, de gestos arrutinados


Guardias y furufas, cotidianía de la fonda, descansaban los haraganes de colores, de vuelta a sus pasadas.

Durante minutos quedó en silencio el rezo, la nubes del sueño inundaron la escasés de palabras


La Blanca revisó y bendijo once baños de pollitos sudados, los aprestó en su refugio sin desperdicios


Raros por novedosos los rezos de El Maestro, rescatados pero audibles, mansos, devotos y prevenidos


Bendijo su desayuno y mostró la cortesía a las maneras de cortesano inglés parejo con su nombre

Charles Regal distanciaba sus gestos y acentos de los reconocidos braceros de bateyes cañeros


Contratarlo como maestro de la panadería reabierta ante su propuesta goteó solo como ley pueblo


Era viudo con hijos adultos recibidos de letras en las escuelas episcopales del Macorís Oriental


Fue arreglo de vida convertido en sociedad su obligado consenso en El Espíritu con Ana La Blanca

Todos los días se habrían con una breve arenga encajada al justo del alma de cada hijo regalado


La Blanca traslucía sus nublados de letras  a costas de su maestro, lo mejor diligente en su saber


Maestro de todo saber casi santo, candil de once llamas bajadas en alas de su dicha iluminada


Enderezó pareja su vara, uno por uno, al calor de fragua inglesa, milagro místico bienhechor

Siempre le alcanzaron sus lecciones memoriadas en inglés isleño para regalar enderezada respuesta


Ana La Blanca vivió santiguada contra signos ominosos y males de salud, jamás volvió a La Linea 


Los fulgores del Sol de El Maestro radiaron sus luces  hasta los astros refundidos en su imagen


Matrona de medio siglo, ascendieron entre lenguajes de esfuerzos cansados a ser los cerros de hoy

Los nietos de Ana La Blanca fueron medio pueblo, juez, alcalde, maestro, pastor, jefe de puesto,


El cura, el administrador de hacienda, el orador municipal, los panaderos, las novias y novios


Son los descensos de  andanzas, mezcladuras en arcoiris de amores diseminados entre traslados


Ciegos a voluntad de una leoparda de tatuajes curados con sangre y lágrimas derretidas al sol

Las letras de su nombre siguen enroscadas en códigos de oficio, huellas de sus dedos pulgares


Hijos de folios bajo palabra en la descendencia del maestro panadero, son iglesias y escuelas


Las noches, los días y las luces del cielo rezan el nombre de Ana La Blanca, la reina vivió siglo cumplido


Las novenas cantan ya en once hermitas el milagro de Ana La Blanca, La Liniera de Charles.





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