Su rostro negro no ha sido tocado por el tiempo ni los tormentos
De ligera piel continua, sin surcos ni tropiezos, sólo reflejos y calmas
Despiertos sus ojos me han mirado sin desvaríos desde su marco candeal
Sus palabras en armonía de gaitas maleaban lo profundo de mis sentimientos rendidos de rodillas
Me derretían la líbido sus labios húmedos, encendidos en enrojecida transparencia
Su diálogo inocente no advertía, -tal vez-, mis lascivos instintos hormonales
Saturados de memorias comparadas, ella es distinta, de luces desiguales, deslumbrantes
Confesada de viuda, emplazada por mis intentos de despertar la pureza de su presente
Ella aparece en mis noches y mis caminos, contra cada recodo de mi andar de lobo curtido
Ella me habla con los matices de su timbre adolescente jamás superado por el medio lleno de sus días.
Ella es la verdad, yo soy la mentira, ella es la flor, yo soy la mojada leña que se apaga
Bajo el otoño nublado, de hojarascas y soles entristecidos que se agotan tras el púrpura crepúsculo
Mi hoy desesperado reclama su aliento, su miel, el alimento de su alma, elíxir sagrado para la mía
Me lanzo al mar infinito de sus inciertas coordenadas, sin astrolabio, sin velas ni remos
Sin brújula ni sextante, contra las voluntades divinas, contra la tormenta tras su silbo de sirena
Sólo con mis brazos de marinero, los del náufrago que no se rinde, solo en medio de la noche
Si muero de esperanzas mi vencida será el trofeo que le serviré en el cielo con las estrellas como testigos
Allá, en lo alto, el don de su sonrisa eterna será la redención de todas las opuestas turbulencias
Entonces, mis juramentos serán bendecidos por el mismo amor de Dios.
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