jueves, 2 de febrero de 2012

NUESTROS VERSOS DIVINOS



Una vez, otra vez, o media vez, bastó para mirarme en unos ojos que me inundaron de rayos sin olvidos, paridos de colores y luces en llamas, punzaron mis lascivias, quebrantáronse los tonos de mi voz, ardieron mis corrientes, latieron las glándulas, tensaron los músculos de mi pecho y estallaron bajo mi túnica los principios del universo.

Era tierna la turgencia de su piel como de vívora adolescente,  su voz vibraba en tono alto de cuerda doble al compás de mis deseos, sin obediencias sus cabellos jugaban al antojo de sus manos y gestos de mujer en flor, yo olía el perfume de sus ardores de doncella iluminada por el sol de los caminos sudorosos de sus feromonas derramadas, vivas, determinadas a enloquecer mis pasiones.

Sus manos tomadas al pincel de la Monalisa, cinco astas de falanges descansados, pálidos y plásticos, tornaron su transparencia contra mi piel de noche encendida al oscuro de sus cabellos dormidos sobre el contraste blando del lino extendido bajo el tibio de nuestros cuerpos. Era su silueta el dibujo mismo de lo perfecto en la mujer que ama sin temor y serpentea de placer, sin final previsto, sin relojes, dolor ni cansancios de la carne. 

Fueron mis manos los cuchillos del morbo adelantado, saetas de remate afiladas sobre las líneas de su cuello, sus senos como peras maduras, sus costados de líneas contadas, el fin circular, gemelo y danzante de su espalda, erguida sobre unos muslos encarnados en razones lascivas de mi libido hirviendo al calor del fuego de mis hormonas en avalanchas.

Desbordáronse entonces las letras de lo cierto, de lo bello, de mis esperanzas, también afloraban las distancias de las urgencias contra mis conmociones. Los vientos fríos se tensaban entre los nudos,  atajos rápidos de los días. Las lecciones de sus libros terminaban en giros apresurados opuestos al diccionario de mis pensamientos cargados de pausas y meditaciones. Su razones eran la razón de la verdad, de la aritmética cierta.

Mas, su distancia y su tiempo no llegan hasta mi olvido, Sus recuerdos, sus risas, su vientre y las confesiones al rojo de sus placeres advertidos, satisfechos contra la soledad misma o saciados sin límites ni reboses del moral de los evangelios ni sutras de El Corán. Habremos escrito nuestras propios versos divinos, nuestras propias cláusulas del amor, imborrables, sin renuncias ni resignación.  



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