La vida caminaba tomada de sus manos, apoyada en los bríos de la tierna potranca
Esther era su nombre traído de tesimonios divinos para cultivarse en los jardines de Dios
Una flor distinta, a ella se abría el sol de las mañanas hechizado ante el influjo de su voz
De su rostro enteramente libre de eufemismos y artificios, reboso de gracias y luces
El rito natural de los colores del día obedecían a los deseos encantados de sus armonías
Sus ojos fijos iban dibujando hechizos de su confianza y entrega repartidos entre todos
Doncella conservada como Talismán ensortijado, Grial sagrado sin máculas de la carne
Fué la pura mujer de voluntades tan firmes, su piel adolescente transformaba la mirada
El cortinaje de sus pestañas guardaba quizás algún secreto, mas, ella fue siempre la luz
Con piernas de mujer colgadas del vaivén de sus caderas, vibraban en los regalos
De las palabras murmuradas con irreverencias tras la dinamia escultural de sus caderas
Gesto de niña, gesto de mujer, niña o mujer, era una oración, era misma la luz de Dios.
En algún momento El Cielo dispuso, fueron probados los argumentos divinos en su pecho
Sin contratos ni cirujanos, sin pócimas malditas, sin rayos ardientes: sus entrañas latían
Así resguardó su coraje de heroína la vida que ante El Creador juró cambiar por la suya
Ofrendó su cuerpo, sirvió el cáliz de su sangre gota a gota a su vientre sin el dolor de la duda
Sin fiestas, sin escándalos ni altares, sólo su alma y su Dios firmaron el futuro y la gloria
No hubo anuncios ni denuncias, no hubo medios ni intermedios ni responsos parroquiales
No hubo marchas volcánicas, ni loros, ni cotorras, ni monjas, ni monseñores ni cardenales
Transcurrió la verdad, el amor divino, la razón sublime del sacrificio perfecto de El Ungido
Resignó su cuerpo, redimió la vida de sus entrañas, santificó su alma y ascendió a Los Cielos.
Los signos de su nombre van subiendo las escalas en las notas de su garganta jilguera
Canta a su Dios y al amor en la vida de su premio perfecto hecho verbo clonado de su bien
Estremecido en la faz de sus misma mirada, pestañas y el sin fronteras de sus pensamientos
Descendiò de todas las divinidades, fue Nereida, Musa y Ninfa a la vez, Minerva y Afrodita.
Lo cantan todas las flores de los robles y encinas de los cerros más encumbrados
En coros de su iglesia, escuelas y academias donde vibran las cuerdas de su voz y guitarra
Delineada muñeca de arte y deporte, mujer y versos eróticos, gracia y ternura
Inigual voluntad de la empinada razón, ágil pensamiento esclarecido por Los Cielos
Virtud sobrada de valor valiente y de valores rectos como verdades del Ungido Galileo.
Cobró el universo antes del tiempo esperado en la imaginación de hombres
Cuando dispuso El Señor más poderoso su santa autoridad lacerando el músculo del cuerpo
De sus huesos, nuestros ojos empapados, nuestras venas conmovidas y golpeadas
Nos resta una oración de dolor mal resignado, irreverente y profano ante Dios y su perdón.
Sea Él su paz, sea su voluntad, sea su digna salvación la seguridad de su Reino Mayor.
La vida caminaba tomada de sus manos, apoyada en los bríos de la tierna potranca
Esther era su nombre traído de tesimonios divinos para cultivarse en los jardines de Dios
Una flor distinta, a ella se abría el sol de las mañanas hechizado ante el influjo de su voz
De su rostro enteramente libre de eufemismos y artificios, reboso de gracias y luces
El rito natural de los colores del día obedecían a los deseos encantados de sus armonías
Sus ojos fijos iban dibujando hechizos de su confianza y entrega repartidos entre todos
Doncella conservada como Talismán ensortijado, Grial sagrado sin máculas de la carne
Fué la pura mujer de voluntades tan firmes, su piel adolescente transformaba la mirada
El cortinaje de sus pestañas guardaba quizás algún secreto, mas, ella fue siempre la luz
Con piernas de mujer colgadas del vaivén de sus caderas, vibraban en los regalos
De las palabras murmuradas con irreverencias tras la dinamia escultural de sus caderas
Gesto de niña, gesto de mujer, niña o mujer, era una oración, era misma la luz de Dios.
En algún momento El Cielo dispuso, fueron probados los argumentos divinos en su pecho
Así resguardó su coraje de heroína la vida que ante El Creador juró cambiar por la suya
Sin fiestas, sin escándalos ni altares, sólo su alma y su Dios firmaron el futuro y la gloria
No hubo anuncios ni denuncias, no hubo medios ni intermedios ni responsos parroquiales
No hubo marchas volcánicas, ni loros, ni cotorras, ni monjas, ni monseñores ni cardenales
Transcurrió la verdad, el amor divino, la razón sublime del sacrificio perfecto de El Ungido
Resignó su cuerpo, redimió la vida de sus entrañas, santificó su alma y ascendió a Los Cielos.
Los signos de su nombre van subiendo las escalas en las notas de su garganta jilguera
Canta a su Dios y al amor en la vida de su premio perfecto hecho verbo clonado de su bien
Estremecido en la faz de sus misma mirada, pestañas y el sin fronteras de sus pensamientos
Descendiò de todas las divinidades, fue Nereida, Musa y Ninfa a la vez, Minerva y Afrodita.
Lo cantan todas las flores de los robles y encinas de los cerros más encumbrados
En coros de su iglesia, escuelas y academias donde vibran las cuerdas de su voz y guitarra
Delineada muñeca de arte y deporte, mujer y versos eróticos, gracia y ternura
Inigual voluntad de la empinada razón, ágil pensamiento esclarecido por Los Cielos
Virtud sobrada de valor valiente y de valores rectos como verdades del Ungido Galileo.
Cobró el universo antes del tiempo esperado en la imaginación de hombres
Cuando dispuso El Señor más poderoso su santa autoridad lacerando el músculo del cuerpo
De sus huesos, nuestros ojos empapados, nuestras venas conmovidas y golpeadas
Nos resta una oración de dolor mal resignado, irreverente y profano ante Dios y su perdón.
Sea Él su paz, sea su voluntad, sea su digna salvación la seguridad de su Reino Mayor.
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