Ya las palabras han perdido el furor de las hormonas adolescentes
Canecido de los tobillos a los cabellos, canecida la voz y la mirada
Párpados pesados, vencidos por el silbo madrugador de los trasnoches
Queda una mirada, la llama de una lámpara votiva, un rezo, una ilusión
El romano gladiador en carnes de acero, quedo, sin espada ni puertas
Si a los largos suspiros, al olfato estepario del lobo curtido de inviernos
La saga de un samurai, una doncella robada a las aguas de un riachuelo
Eso queda, historias muertas, un vencedor de guerras, espadas y honores
Caballeros del bien, de dones consagrados por Dios, de alma y cuerpo
Fabulosas virtudes en los olores de hombres, sus triunfales pecados
Prole perfecta, sublime la prole de su prole por doble divina perfección
Sonrisa de entablado, semi-abierta, lujosa, metrada, al brillo de la cera
Ella canta su risa en garganta de cigua, su paso es entero y empinado
Sus pechos son rosales de mayo, encendidos en luz del día temprano
Escoltan su cuello blanco, sus mejillas y labios escandalizados, su ojos
Vestidos de mantilla negra, abierta la ventana a sus brillos de mujer
Riman en ojeadas al calor tibio de la primavera que fluye en sus venas
Una sinfonía de tambores sordos vibra en su piel, en todas sus carnes
Todas las glándulas de su cuerpo afinan tonos en armonía sinfónica
Saliva líquida timbra al casi hablar, gusta y moja la rosa de sus labios
Le hablo en versos, buscan los deseos de mi lascivia asirse a su sensus,
Volcarse contra el jardín de sus pechos y caderas, sus piernas y lucero
Ojalá los astros de las noches tormentosas no despierten este sueño.
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