sábado, 3 de enero de 2015

DOLORES Y EL MONAGUILLO

Dolores se pintaba más que las cejas, hasta un lunar. Vivía sola en una pieza de tablas de palmas, piso de tierra, cobijada de yaguas y cuarto único de las levantadas al borde de patio  de Eulalia, quien las alquilaba. Los Sàbados, cuando el Padre Patricio les santiguaba las manos con alguna moneda del reacaudo del Santo Rosario, los monaguillos que ya emplumaban, visitaban  por turnos a  Dolores. Una noche de Sàbado, Carlitos, mi medio yo en el entorno para todo lo que fuera, desde que el sol abría el día, quien vivía a medio patio de la cuartería, me alertó de que ya los muchachos estaban llegando y acordamos explorar lo que allí ocurría. Estuvimos tras el seto cuando Dolores apagó la lamparita humeadora y ante la oscuridad total reprochaba al imberbe de turno sus torpezas de imprecisión con vocablos que esta escritura no aguantaría sin hacerse un desastre,  Carlitos practicaba una risa descontrolada que estalló y debimos huir a todo dar cuando oímos el reclamo con rescato y pudor de un monaguillo:  "no digas tantas malapalabras y ponte bien". 

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