Cierto. Ciertísimo es que desde Los Cielos de la filosofía descienden y cuelgan las intangibles hiladuras de la biología, materialidad de la vida, sus desconocidos propósitos, sus indefiniciones, dudas principales, todas sustentadas a costa del comprometido y gaseoso peso de las incertidumbres sustanciales albergadas entre límites infinitamente difusos, material y matemáticamente devueltos continuamente a la imaginación de los pensamientos intelectuales, pintarrajeados de inteligentes punteados formalizados como ciencias, artes y somnolencias metafísicas, fundadas en estrategias semánticas sensibles como reacciones o respuestas infalibles ante los efectos de la ontología vital, física, divinalmente ideal como total.
Objetivamente, terrenalmente, la materia vital, en escencia que declara y define en necesidades evolutivas creadas y asentadas como existencia ineludible, insoslayable que pretendemos ciertamente como reales. Socialmente, nos sentimos compelidos a reconocer esas necesidades como imprescindiblemente humanas que se corresponden con la física vital de esa biología, social, tan compactamente cierta, como resultan ser las demandas, ahorros y aprovechamientos económicos que constituyen y definen la competencia por la supervivencia en el tren evolucionista, tanto en lo real natural como ideal.
Así, los colgantes hilos de las necesidades económicas, en los medios intelectuales, profesionales, religiosos y laborales en general. Sin embargo, esas urgencias, reconocidas como tan materialmente necesarias, no pasan, en última instancia de cumplir con soportar esas difusas demandas evolutivas, equilibrios materiales que favorecen los rendimientos vitales, mentales, inteligentes, pero, igualmente indiferentes frente a cualquier fin, indefinido, inobjetivo.Así viene a resultar que ningún alcance del crecimiento social, final, aun metafísico, espiritual, puede superar los idealismos divinos, las ediciones de metas, dioses, signos y pensamientos.
Los alcances distributivos, en los diferentes sistemas económicos, como cualquier idea de cumplimiento sobre el compromiso evolutivo, -compromiso tan intangible como fantástico-, cuenta su justificación solo en los planos de la insistente metáfora de la existencia como de la nada misma.
Nada, ningún pensamiento alcanza para explicar, sustentar nada más allá de los sueños, de lo incierto, de lo inmaterial. La economía, la competencia, los crecimientos como la misma existencia, carecen de otro santuario más allá que el de los pensamientos humanos.
Hechos tan vivos, como preservación y defensa de la vida, las luchas criminales, las definiciones semiológicas del bien o del mal, quedan y viajan sobre los mismos rieles de la misma incertidumbre, sin más metas y más realidad que las exaltadas sobre ese altar intensamente inexistente más allá de la divinización ideal.
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