Cierto, ciertísimo es, que todo pensamiento, credo, idea, convicción, conocimiento o acepción de la realidad, implica, intrínsecamente, una fe, un cultivo o cultura, asumidos desde la biología como naturaleza que nos compone y a la que componemos, de la que somos compartes.
La preservación de la vida, su reproducción, sus estímulos vitales, sus propiedades materiales, su racionalismo organizacional, todo, nos conduce a adoptar medidas "lógicas", siempre en procura de la existencia misma de la biología que nos rige, materialmente obedientes a una serie de principios, leyes, reglas y demás conceptos que configuran el ser o existencia.
De todo ese conjunto de propiedades así entendidas desde la organigrama neurológico, material, parten las refinadas medidas de preservación de la vida, esta que en su proceso de evolución se constituye en reglas sociales adoptadas por la inteligencia humana y biologica en general, en pos de constituirse en sociedad vital y, según algunas ideas, en sociedad vitalicia.
La moral, el amor, la reproducción, el perfeccionismo, los idealismos, etc., nos empujan en ese sentido costantemente, sin pausa, sin disturbios, automáticamente según el infalible orden de la materia.
Precedentes ideológicos, a veces considerados como extremistas, por algunos pensadores de profundas convicciones pretendidamente objevivistas, limitan la brillantez de sus exposiciones, al sentir de sus ánimos educados como cualquier fanático deportivo de sus pensamientos, gustos, esperanzas, aspiraciones, etc.
Son los casos, por ejemplo de geniales mentalidades como las del magnífico Karl Marx, contradictor de la religiosidad judía, pero esencialmente educado, formado, culturizado como justo un sentimental y fervoroso luchador por las libertades públicas, El Estado, los derechos a la existencia, la organización de la sociedad, etc., es decir, eso, un profundamente convencido, sentimental, luchador, sacrificado moral y material luchador por los derechos de los vivos, un auténtico moralista, creyente en su fe puesta en el ser humano, un puro monje de enclaustramiento exclusivo dedicado a propalar su fe y sacrificarse a muerte, contra todo lo que se opusiera a sus ideales, a su diosismo moral o político (igual, para los fines que abordamos).
Marxismo, Cristianismo, Islamismo, Budismo, etc., no son más que formas de expresión de fe, de sumisión al deismo en el que todos los humanos contraídos a la civilización moral confinada por la evolución material biológica, nos hallamos inmersos, que respondemos a señales alarmantes como el dolor, las ansiedades, la necesidad por sobrevivir, por dominar, por existir, por alcanzar a ser divinos.
Una conclusión que, hago extraer de cualquier reflexión de este modelo de pensamiento, es la admirable concepción que a cualquier pensador racionalista ha de estimularle a pensar que si Dios ha sido responsable de tanta inteligencia para así concebir el diseño inteligente de la vida, sin dudas, merece ser pensado como inteligencia Única y Perfecta.
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