martes, 25 de octubre de 2022

LA CHIVA DE CANINA

A unas cuantas brazas del arroyo que rebordeaba la falda del "Cerro Amarillo", acomodaban sus días, Relio y Canina, acompañados de Quilo, mozalbete puberino, hijo de Relio. Fué el tranquilo hogar constituido consensualmente, luego de fallecer Dira, madre de Quilo, hemana de Canina. 

 Bien se las arreglaban bajo el mando de la paz divina, contando siempre con la buena voluntad de Canina que cuidaba y dirigía con la debida doble condición de madrasta y tía a su obediente y respetuoso hijastro-sobrino. Un día abatido por una compiosa lluvia, dispuso Dios que un rayo cegara la vida de Relio. 

 Las estrecheces rurales habían dejado en difícil situación el precario equilibrio económico del hogar. Canina buscó concertar con su hijastro-sobrino, una solución areglada, así que le explicó al muchacho, las dificultades que sobrevendrían para ambos si decidían romper el precario pero estable equilibrio del hogar. Le explicó a Quilo, sobre la conveniencia de unir la fortuna del hogar, estableciéndose juntos como pareja congugal. 

 Quilo respondió algo avergonzado y sorprendido a la vez que advertía sobre lo escandaloso que resultaría ante la mirada de los conocidos. Canina, mujer de agudo y relucido brillo al ojear con su mirada despierta, le propuso al joven en crecimiento, que se allegara hasta el poblado cercano a cumplir, como era constumbre, algunas necesarias diligencas, como adquirir sal y azúcar. 

 Le recomendó que cabalgara sobre una robusta cabra que solían alimentar y cuidar. Sorprendido, pero siempre obediente, Quilo, a regañadientes, aceptó la misión y la recomendación. A su regreso, manifestó la tensión de las burlas manifiestas por los allegados encontrados durante su diligencia. Sin embargo, Canina no se sorprendió e hizo que a la semana siguiente, 

Quilo repitiera la misma extraña aventura de cabalgar y completar sus diligencias a lomo de la cabra. A poco la gente se acostumbró tanto a mirar el espectáculo del ginete montador de cabra, que cuando alguien desconocedor del espectáculo solía sorprenderse al descubrir por primera vez el motivo de su sorpresa, los demás simplemente le observaban al sorprendido, su infeliz consumo de noticia desgastada. 

 Ya se cumplía el tiempo, cundo tras pocas semanas del experimento por comprobar, Canina convenció, sin más discutir, la conveniencia de que actualizaran sus vidas unidos en pareja conyugal. Ya pronto se convencería, por si mismo, de que todo pasaría aceptado bajo el peso del desgaste y los acomodos de la normal realidad, sin más ruidos que el de la natural felicidad.

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