martes, 4 de octubre de 2022

LOS CUENTOS DE PIPÍO Y LA ECONOMÍA DOMINICANA

 Pipío fue un ingenioso artesano profesional, particularmente desarrollado en las artes de interpretar sabidurías populares y vertirlas  con suma inteligencia imaginativa en auténticas lecciones morales cargadas de humanismo, humor y talento sin inigual. 

Según una de sus creativas ofertas, generalmente vertidas durante las enlunadas noches de verano aprovechadas bajo la diciplanada autoridad de mi madre, luego de cerrar el con el último "amén", del Santo Rosario con el que todos los obligados de mi casa, sobrinos,  hijos de vecinos y otros allegados, para desgranar guandules, mientras escuchábamos toda clases de historietas de muertos, espíritus, milagros de curaciones, embustes y chismes de patios. 

Pipío solía ser el indiscutido líder de la inteligencia mejor arreglada, el mejor cazador de pájaros, el mejor pescador, el mejor deportista, el más ágil y valiente, el mejor trepador sobre los árboles, el muchacho buenmozo, etc...Entre sus inmejorables anécdotas, nos contó la del caso de un concurso organizado por un importante rey se habría comprometido a resolver el grave problema que le significaba a la comunidad, el hecho de que un extraño y gigantesco dragón, llegaba durante las noches y solía atacar las reses del ganado de los comunitarios. 

Fueron organizadas rondas nocturnas, de vigilancia, pero el aterrador gigante solo fue, finalmente, atrapado una noche, por un astuto, despierto y valiente joven quien había decidido esperar el posible arribo del monstruo, después que la noche se volviera silenciosa. Le tendió una certera celada, logró atraparlo, como resultaba demasiado pesado y ya los demás se habrían marchado, decidió cortarle la lengua de un tajo al monstruo, mientras, cansado y maltrecho por la lucha que le habría costado la feroz batalla, se hechó a dormir. 

Al día siguiente un labrador que por allí pasaba al clarear el día, anunció con gran algarabía que había logrado cazar la poderosa y perniciosa bestia que tanto daño habría provocado a la comunidad. Fue entonces cuando el rey decidió entregar su hija al  heroico labrador que habría salvado tanto la confianza en su rey como la seguridad de la comunidad amenazada por ese monstruo infernal. 

Cuando toda la comunidad celebraba en torno al sobresaliente gran gladiador, vencedor del monstruo, apareció de entre la multitud, un jovenzuelo, mal presentado, estropeado, desgarrado, herido, adolorido, apenas sobrevivo, queriendo comunicarse con el rey, así que fue finalmente preentado ante el monarca, quien le reclamó la insolencia de su indigna presencia, sin embargo, el infeliz labrador, solo atinó a referirle, con máxima humildad que sus cortesanos harían bien con verificar si el el dragón que el celebrado héroe había presentado como trofeo, habría llegado completo, incuída su característica lengua de dobles puntas. El rey ordenó verificar la advertencia. 

Fue comprobada la falsificación del heroísmo del despierto y celebrado falso cazador del monstruo, de tal suerte que todos los festejos fueron suspendidos y el plagiador habría sido descuartizado según lo establecido por la ley real, mientras el auténtico héroe alcanzaba la justa categoría de príncipe merecido.

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