miércoles, 22 de febrero de 2023

DIOS. LA EVOLUCIÓN Y LO POSIBLE

 

A mediado del siglo XIX, se diseminaron como desoves fertilizados, múltiples teorías que pretendieron explicar los desarrollos de las distintas expresiones de la vida, referidas tanto al reino vegetal como al de las plantas. 

De entre todas las versiones y explicaciones expuestas, referidas a los procesos naturales, la más espectacular ha resultado ser la  publicitada bajo el título de "El Origen de las Especies", fundada en explicaciones indicativas de que todos los proceso biológicos han sido el resultado de la evolución natural de la materia, al resultar esta sensibles a una serie de efectos naturales de la materia universal. 

Tales efectos naturales, propios de los esenciales mismos de la materia, implican la generación de indecibles cambios, que a su vez, generan una inmensidad de formas de vida, distribuidas, entre dos grandísimas expresiones, conocidas como mundo animal y mundo vegetal, sin descartar, obviamente, otras expresiones, reconocidas en menor grado, dentro del conocimiento hasta ahora desarrollado por la inteligencia humana. 

Desde los fondos de los mares, nos sorprenden, cada vez más, nuevos descubrimientos de innumerables formas vivientes, con históricos antecedentes de orígenes biológicos inesperados y excepcionales comportamientos bioquímicos. 

Este breve entorno descrito, prefigura aconteceres mágicos, aparentemente impredecibles, casi inconcebibles. 

Difíciles de concebir sin traspasar límites de la imaginación regular, de la inteligencia humana común. 

Muchísimo sería intentar trascender límites de la imaginación pretendiendo, por ejemplo, ubicar momentos y lugares activos donde moren arreglos materiales capaces de mostrar la vigencia de los procesos de transferencia de la existencia animada, reproducible, orgánica y la inanimada, inorgánica, fuera de las activas propiedades de, por ejemplo, el divinal átomo del elemento químico "Carbono", así como sus socios terrenales, tan igualmente trascendentes como son los átomos de "Oxígeno", "Hidrógeno" y "Nitrógeno". 

Paso tras paso, caeríamos en los abisales imaginarios, de la existencia de esos deshilachados moleculares y atómicos que nos habrían de conducir a imaginarnos seres o arreglos materiales que pudieran ser tan gigantes como pensar en arreglos de átomos como galaxias, que forman parte a su vez, de arreglos comparativos, como si fueran apenas, minúsulas partículas de la célula de algún ser vivo. 

Lo mismo que imaginarnos que un fotón constituya todo un galáctico universo. 

Todo pensamiento, sentido de existencia, cabe en la imaginación de la mente humana como espacio infinito. 

Las variaciones naturales, es decir, los cambios activos en cualquier lugar y tiempo, como constante reconocida de la materia, no excluye casuística alguna. 

Lo posible, simplemente lo es. 

Así, la reflexiva imaginación humana, puede entender que, por ejemplo, la existencia real de la "Ciguapa", como efecto pasible de ser aprehendido por el imaginario humano, entra en la medición de las probabilidades existenciales del fenómeno evolutivo, como hecho capaz de ser materia de registro biológico realístico. 

La probabilidad de que durante el desove de algún diminuto organismo capaz de desovar mediante el derrame de millones de células fértiles que a su vez se difunden en espera de coincidir con un espermatozoide que la fecunde, implica, a la vez, alguna probabilidad de que algúna variación biológica, circunstancial, admita el desarrollo reproductible de nuevas formas accidentales, variables y evolucionarias, activas y cambiantes durante millones de años. 

Todos los cambios materiales caben comprensivamente en la imaginación generada desde la infinidad de posibilidades asentadas en las infinitas casualidades del sistema neurológico humanoide. 

La idea de la existencia material de una simpática ciguapita no es tan descabellada. 

Quizás la ciguapa cuente su propi historia, tan simpática como la misma realidad de los perros cuidadores del Hades, las Serpientes de Siete Cabezas. 

Lo cierto, ciertísimo es que Dios lo puede todo y yo no soy quien para objetar la inmensidad de los virtuosismos divinos.

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