Desde los tiempos a partir de los cuales contamos con registros documentales, la necesidad biológica-antropológica de contar con metas y guías ideales, contamos con esas confirmaciones que resultan de la inminencia de los procesos evolutivos que priorizan la sistematización, especialización y particularización al ordenar la materia aparentemente opuesto al rito natural de la Segunda Ley de la Termodinámica y su hija legítima: la entropía.
Esa compleja necesidad de contar con paradigmas, modelos y líderes idealizados, son llamados a ser seguidos, imitados y sagradamente protegidos. Desde los más excepticos filósofos registrados en el acervo intelectual mundial hasta los peloteros locales, nuestra admiración natural, biológica y social, nos compele a admirar sus comportamientos virtuosos.
Así es como los guerreros desarrollan el amor y obediencia por sus líderes conductores, los hijos siguen sus hermanos mayores y, obviamente, a sus padres, profesores, preceptores religiosos, gobernantes. artistas sobresalientes, atletas, guerreros, etc...Esta respuesta natural sigue fielmente el código de mejoramiento progresivo de las condiciones de adaptación al medio que nos acoge.
Escritores, científicos y todo ser capaz de establecer del modo más rudimentario, una diferencia entre sus oportunidades deseadas y las repulsadas, tiende, de modo natural a hacer la correspondiente discriminación en favor de las condiciones idealistas. Hasta los más rebeldes filósofos de toda nuestra historia, adoptaron sus modelos a seguir, muchas veces, no conformes con los disponibles, pasaron, como Friederic Nietzsche, a crear sus propios supermodelos ideales, es decir, sus propios dioses.
Los pensadores dotados de complejos narcisistas muy acentuados, como el mismo Nietzsche, tienden así a volverse estatuas o maniquíes de si mismos (Oh, Señor, creo que no llegaría yo mismo tan lejos !). Este estado de estimación, puede considerarse humanamente exagerado, sin embargo, es consecuencia natural de las demandas que dan lugar a la evolución dictada por la materia que sigue la ruta biológica y de esta, la ruta social.
Así, pues, resulta muy natural y normal que contemos con proyectos biológicos ideales, convertidos a su vez en proyectos espirituales sublimados. Somos dioses menores pero aspiramos a convertirnos a acercarnos, como es natual, a nuestro Dios Mayor, que es Lo Máximo, siguiendo las rutas más viables y seguras. Yo sigo la ruta ideal como admirador de mis padres y maestros, tras la Salvación Final.
Esa compleja necesidad de contar con paradigmas, modelos y líderes idealizados, son llamados a ser seguidos, imitados y sagradamente protegidos. Desde los más excepticos filósofos registrados en el acervo intelectual mundial hasta los peloteros locales, nuestra admiración natural, biológica y social, nos compele a admirar sus comportamientos virtuosos.
Así es como los guerreros desarrollan el amor y obediencia por sus líderes conductores, los hijos siguen sus hermanos mayores y, obviamente, a sus padres, profesores, preceptores religiosos, gobernantes. artistas sobresalientes, atletas, guerreros, etc...Esta respuesta natural sigue fielmente el código de mejoramiento progresivo de las condiciones de adaptación al medio que nos acoge.
Escritores, científicos y todo ser capaz de establecer del modo más rudimentario, una diferencia entre sus oportunidades deseadas y las repulsadas, tiende, de modo natural a hacer la correspondiente discriminación en favor de las condiciones idealistas. Hasta los más rebeldes filósofos de toda nuestra historia, adoptaron sus modelos a seguir, muchas veces, no conformes con los disponibles, pasaron, como Friederic Nietzsche, a crear sus propios supermodelos ideales, es decir, sus propios dioses.
Los pensadores dotados de complejos narcisistas muy acentuados, como el mismo Nietzsche, tienden así a volverse estatuas o maniquíes de si mismos (Oh, Señor, creo que no llegaría yo mismo tan lejos !). Este estado de estimación, puede considerarse humanamente exagerado, sin embargo, es consecuencia natural de las demandas que dan lugar a la evolución dictada por la materia que sigue la ruta biológica y de esta, la ruta social.
Así, pues, resulta muy natural y normal que contemos con proyectos biológicos ideales, convertidos a su vez en proyectos espirituales sublimados. Somos dioses menores pero aspiramos a convertirnos a acercarnos, como es natual, a nuestro Dios Mayor, que es Lo Máximo, siguiendo las rutas más viables y seguras. Yo sigo la ruta ideal como admirador de mis padres y maestros, tras la Salvación Final.
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