El miedo de los profesionales y los intelectuales dominicanos a enfrentar con firmeza la realidad del fenómeno económico dominicano que escandaliza el continente y el mundo, solo se explica a partir de los pedestres sentimientos de xenofobia racial y los complejos de inferioridad que conmueven los razonables motivos del asentamiento de estereotipos ancestrales, casi imposibles de erradicar del sentimiento europeísta, -igualmente razonable desde el punto de vista de la antropológía social-, que nos signa como aspiración cultural y racial.
Muy escasos son aquellos capaces de atreverse a escudriñar con objetividad material, numérica y lógica, las verdaderas razones que promueven ese crecimiento económico, sin que República Dominicana cuente con producción ni los aventajados comercios de armas, automóviles, sin grandes extensiones productoras de granos, ganado, productos de tecnologías avanzadas, etc..
Los promotores mediáticos de los miedos a reconocerse como hijos, nietos, sobrinos o bisnietos de seres esclavizados, como resultamos ser casi todos los dominicanos, persisten en sus afanes por seguir consumiendo las cancerígenas variedades de quinoleínas blanqueadoras de la piel, pero jamás modificadoras reales de la genetica original que nos libra tan efectivamente de linfomas cutáneos, mediante la barrera de melanina negra que signa nuestro color de piel y nos libra de los nocivos efectos de las radiaciones solares de penetración profunda.
La pena que afecta nuestros intelectuales afectados del blanquismo contra-haitiano, se niegan a aceptar, no importa cuanto se lo griten los números, que la impronta económica dominicana lleva tatuada las insignias del sudor negro de la migración esclava transportada desde Africa siguiendo, fundamentalmente, la ruta de siempre permeable frontera dominico-hatiana, la que ha permitido y facilitado ese aprovisionamiento y aprovechamiento económico de esa mercancía fundamental que es la mano de obra, abundantemente disponible, servida y explotada a precio de esclavitud o de semiesclavitud. Esa actitud de nuestros intelectuales, no ha sido por ignorancia, sino mucho mejor, por cobardía cómplice, negándose a si mismos de forma emocionalmente cobarde.
Pena ha de darnos, ver y leer como especialistas que intervienen en estos foros, conocedores a plenitud de la realidad expresada, se temen a si mismos, a sus propios conocimientos y se meustran incapaces de atreverse a ponerle los números que saben manejar a esta realidad tangible, práctica y candente.
Muy escasos son aquellos capaces de atreverse a escudriñar con objetividad material, numérica y lógica, las verdaderas razones que promueven ese crecimiento económico, sin que República Dominicana cuente con producción ni los aventajados comercios de armas, automóviles, sin grandes extensiones productoras de granos, ganado, productos de tecnologías avanzadas, etc..
Los promotores mediáticos de los miedos a reconocerse como hijos, nietos, sobrinos o bisnietos de seres esclavizados, como resultamos ser casi todos los dominicanos, persisten en sus afanes por seguir consumiendo las cancerígenas variedades de quinoleínas blanqueadoras de la piel, pero jamás modificadoras reales de la genetica original que nos libra tan efectivamente de linfomas cutáneos, mediante la barrera de melanina negra que signa nuestro color de piel y nos libra de los nocivos efectos de las radiaciones solares de penetración profunda.
La pena que afecta nuestros intelectuales afectados del blanquismo contra-haitiano, se niegan a aceptar, no importa cuanto se lo griten los números, que la impronta económica dominicana lleva tatuada las insignias del sudor negro de la migración esclava transportada desde Africa siguiendo, fundamentalmente, la ruta de siempre permeable frontera dominico-hatiana, la que ha permitido y facilitado ese aprovisionamiento y aprovechamiento económico de esa mercancía fundamental que es la mano de obra, abundantemente disponible, servida y explotada a precio de esclavitud o de semiesclavitud. Esa actitud de nuestros intelectuales, no ha sido por ignorancia, sino mucho mejor, por cobardía cómplice, negándose a si mismos de forma emocionalmente cobarde.
Pena ha de darnos, ver y leer como especialistas que intervienen en estos foros, conocedores a plenitud de la realidad expresada, se temen a si mismos, a sus propios conocimientos y se meustran incapaces de atreverse a ponerle los números que saben manejar a esta realidad tangible, práctica y candente.
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