Uno metido, saturado, atocigado por los afanes mediáticos en sus búsquedas y las redes cibernéticas, dominadas por estudiantes y locutores desfichados, desleídos y desescolarizados por la pandemia, me caen sobre mi escritorio un par de boletas que, de parte de mi hijo, me conminan a asistir a una saga dramática, nada menos que disparada como una pedrada de casi mal gusto, titulada "El Gallo", de paso, barruntada con esa entrada amenazante: "BALAGUER".
No sería para menos: con amabilidad le comenté a mi hijo, el mayor, quien en su afán por hacerme alguna gracia, entendió, que, al trtatarse de una obra de arte teatral, me estaría complaciendo. Amablemente, intenté "sacarle pie".
Fue inútil, me conmovió su gesto. Asistí, dispuesto a dormir acomodado en las butacas del Teatro Nacional. Para colmo, la primerísima escena, aparecida como simple arreglo ficticio de un muñeco que suplantaba a Balaguer como en su lecho, muerto, resultó que iniciaba la obra, hablando, demandando y ordenando.
El surrealismo artístico, logrado durante todo el transcurso de la hora y media que alcanzó a durar la obra, constituyó un logro artístico superior, magnificado en gran medida, por el carácter humorístico, denunciador, no muy complaciente, cargada con toda la gracia mítica de cuantas ocurrencias de poder real fueron sabiamente dramátizadas.
Una obra cargada de un portentoso surrealismo artístico. Yo, convencido de que sería el destacado escritor Don Odalís Perez, el autor de ese guión, me habría ya aventurado a afirmar tal aseveración. Mal quedó mi infundada sospecha. Se trató de unos bien curtidos autores dominicanos, que desde la aparición de esta portentosa puesta en escena, estimo que han de consagrar sus nombres, como magníficos histriones dominicanos dominiadores de la dramaturgia surrealista, inteligente, seria.
Agradezco a mi hijo que me permitiera la oportunidad de conocer algo bueno sobre ese personaje, de tan peores y nefastos recuerdos: la dramatización artística de su biografía.
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