martes, 10 de mayo de 2022

CHARLAS DE SOBREMESA DE MARTÍN LUTERO

 Charlas de sobremesa 1. Recuerdos autobiográficos [Curriculum vitae] 1. 

Yo, Martín Luther, nací en el año 1483. Mi padre fue Juan, mi madre Ana y mi patria Mansfeld. Mi padre murió en el año 30 y mi madre en el 31. En el año 1516 comencé a escribir contra el papa. 

En el año 1518 el doctor Staupitz me liberó de la obediencia de la orden y me dejó solo en Augsburg, donde había sido citado para comparecer ante el emperador Maximiliano y el legado pontificio, que estaba allí por aquel entonces. 

En el año 1519 me excomulgó de la iglesia el papa León, lo cual constituyó una segunda liberación. En el 1521 me proscribió el emperador Carlos, en una tercera «absolución». Pero el Señor me acogió. 

El doctor Staupitz me dijo: « Te exonero de mi obediencia y te encomiendo a Dios»1 (WA Tisch 2.250). [Costumbres de niños y bondad de Dios] 2. Le resulta muy difícil a uno convencerse de que, a pesar de ser un gran pecador, Dios le ha concedido su gracia por Cristo. 

¡Ay, qué pequeño es el corazón humano al no querer convencerse de esta verdad ni aceptarla! En mi juventud me sucedió en cierta ocasión, en Eisleben, el día del Corpus Christi, cuando ministraba con ornamentos sacerdotales en la procesión: me asusté de tal forma ante el Santísimo que portaba el doctor Staupitz, que rompí a sudar, y hasta pensé que iba a fenecer a causa de la enorme angustia. 

Después de la procesión me confesé con el doctor Staupitz, quien, al ver mis lamentos, me respondió: « ¡Ay, que vuestras cuitas no son precisamente de Cristo!». 

Acepté estas palabras con gozo y me consolaron sobremanera. ¿No es para dar lástima que seamos tan medrosos y de tan poca fe? Se nos entrega el propio Cristo con todo lo que es y tiene; nos ofrece sus bienes eternos y celestes, la gracia, el perdón de los pecados, la justificación y bienaventuranza eterna; nos llama sus hermanos y coherederos [Rom 8, 17]. Y, no obstante, nos arredra el peligro, huimos incluso de él, de forma tal, que casi siempre andamos precisados de su ayuda y de su consuelo. 

Se parece esto a lo que me sucedió en un martes de carnaval en mi pueblo, cuando otro muchacho y yo andábamos cantando a las puertas de las casas a cambio de salchichas, tal como se acostumbraba hacer. 

Un ciudadano quiso gastarnos una broma y nos increpó a gritos: «¿Qué hacéis, pareja de granujas? Que os suceda esto y lo de más allá». Y vino hacia nosotros con un par de salchichas que nos quería dar. Mi camarada y yo, asustados por los gritos, nos escapamos de aquel buen hombre que no 1 Veit Dietrich (WA 409) reproduce casi lo mismo: «Lo que sigue lo vi escrito de mano del propio Lutero: En 1518 el Dr. Staupitz me dispensó de la obediencia a la orden y me encomendó a Dios. En 1519 me excomulgó el papa León [x] de su iglesia, en una segunda separación de la orden. En 1521 el césar Carlos me proscribió de su imperio, y de esta suerte se me abandonó por tercera vez. Con el Salmo [26, 10] ,«pero el Señor me acogió». Staupitz me dijo: «Te exonero de mi obediencia y te encomiendo a Dios». 

En otro lugar (WA 225) del mismo Dietrich explica Lutero que la actitud de Staupitz se debió al deseo de evitar responsabilidades. Para ahorrar confusiones, o para multiplicarlas, digamos que en Tischreden (WA 5.347), y tomado también del autógrafo por Mathesius, Lutero escribió: « En 1484 nací en Mansfeld» (bajo cuya jurisdicción se encontraba Eisleben). deseaba perjudicarnos, sino hacernos bien. 

Después nos volvió a llamar y se nos dirigió con bondad tal, que regresamos y aceptamos las salchichas que nos daba. Así nos comportamos con Dios, «que no ha perdonado ni a su propio unigénito, sino que nos le ha entregado como regalo». No obstante, huimos de él, creyendo que no se trata de nuestro misericordioso Dios, sino de nuestro juez riguroso2 (WA 137). 

[Primera misa] 3. Cuando celebré mi primera misa en Erfurt, al leer las palabras « Te ofrezco a ti, Dios vivo y verdadero», me asusté tanto, que a punto estuve de abandonar el altar; y lo hubiera hecho de no haberme retenido mi preceptor. Y es que pensaba: < ¿quién es con el que estás hablando?». Desde entonces siempre celebré la misa con terror estremecido, y agradezco a Dios que me haya librado de todo eso3 (WA 5.337).

 4. Entró en el convento contra la voluntad de su padre. Cuando celebró la primera misa preguntó a su padre por la razón de haberle molestado lo hecho. Su padre le respondió durante la comida: « ¿Es que ignoras la Escritura, que dice "honra a tu padre y a tu madre" ?». Se excusó, y dijo que la tempestad le había llenado de tal pánico, que le obligó a hacerse fraile. Su padre le repuso: «¿No crees que pudo tratarse de un fantasma?». Después, el padre sería el autor de la boda4 (WA 623). 

[Angustias del fraile] 5. No fui un monje a quien acuciase demasiado la libídine. Tuve poluciones, pero por necesidades fisiológicas. A las mujercillas, ni las miraba cuando se estaban confesando. No quería ver la cara de las penitentes. En Erfurt no oí a ninguna en confesión; en Wittenberg sólo a tres (WA 121). 

6. Muchas veces confesé a] doctor Staupitz no problemas de mujeres, sino dificultades de verdad, y él me decía: « No lo entiendo». ¡Bonito consuelo! Lo mismo me sucedía a] acudir a los demás. En resumen, que ningún confesor quería hacerse cargo. Pensaba entonces: «eres el único que tiene estas tentaciones». Y andaba como si fuese un cadáver inerte. Hasta que, en vista de mi tristeza y abatimiento, me comenzó a decir: «¿Por qué estás tan triste, fray Martin?». Le repuse: «¿Y cómo queréis que esté?». Me contestó: «¿Ignoras que esta tentación te beneficia, puesto que de otra forma Dios no sacaría nada bueno de vos?». 

Esto no lo entendía ni él mismo, porque se imaginaba que yo era un sabio muy expuesto a la soberbia y a la altanería, de no verme sacudido por estas tentaciones. No obstante, lo acepté en el sentido paulino: «Se me ha puesto en mi carne un aguijón» [2 Cor 12, 7]. Por eso lo tomé como palabra y voz del Espíritu santo. 2 Esta escena infantil deshace la fábula de Lutero como niño hambriento mendigando el alimento de unas salchichas a cambio de canciones. Se trata de una costumbre infantil de carnaval, y se sabe de sobra que sus padres gozaban de una situación acomodada 3 Este episodio, con el siguiente, ha dado buena materia a los psiquiatras que han invadido el campo de la historia. 

Las conclusiones freudianas, pero poco históricas, cf. por ejemplo, en E. H. Erikson, Young man Luther, London-New York 1958. 4 En WA (Tisch 881): «Cuando salió del monasterio, el padre se alegró muchísimo y le convenció para que se casara. Siempre fue el [padre] enemiguísimo de la vida monacal». Cuando fraile, era también muy piadoso en mis tiempos papistas; a pesar de todo, me encontraba tan triste y acongojado, que llegué a pensar que Dios me había retirado su gracia. Decía misa y rezaba; no veía entonces ni tenía a mujer alguna, cosa natural al ser fraile y pertenecer a una orden religiosa. 

Ahora, e] diablo me fustiga con otros pensamientos. Muchas veces me recrimina: «A cuántas personas has seducido con tu doctrina». En ocasiones hallo consuelo, pero en otras circunstancias cualquier palabra basta para conturbar mi corazón. Una vez me dijo mi confesor, puesto que siempre acudía a él con pecados estultos: « Eres un necio; Dios no se enfada contigo, eres tú quien está enfadado con él; no está enojado contigo, sino tú con él».

 Palabras preciosas, grandes, estupendas, que pronunció iluminado por e] evangelio. Por eso, quien se viere aquejado por el espíritu de tristeza, que se defienda contra él pensando que no está solo. Porque Dios ha creado la comunidad de la iglesia, y esta hermandad ruega para que sus miembros se sostengan unos a otros, como dice la Escritura: «¡Ay de aquel que está solo, porque si llegare a caer, no habrá quien le ayude» [Ecl 4, 10]. Tampoco le resulta grata a Dios la tristeza del corazón, aunque la permita en el mundo; ni desea que me atormente por su causa, puesto que dice: « 

No quiero la muerte del pecador, etc.», «alégrense vuestros corazones». No quiere servidores que no confíen en é] de buena gana. Pues bien, a pesar de que soy consciente de esto, cien veces al día me veo sacudido por pensamientos contrarios. No obstante, resisto al diablo [...] (WA 122).

 7. A Erasmo no le debo nada; todo lo que tengo se lo debo al doctor Staupitz. El fue quien me dio la gran oportunidad (WA 173). [Viaje a Roma] 8. 

El doctor estuvo en Roma en e] año 1510. Dijo a este propósito: « Fui a Roma por un designio admirable: para que viese la cabeza de los crímenes y la sede del diablo; porque el diablo ha puesto su asiento en Roma. En Constantinopla tiene a su bajá, pero el papa es peor que el turco»5 (WA 5.344). [Lutero ante Cayetano] 9. Cuando en 1518 tuve que ir a Augsburg estaba lleno de miedo, ya que me encontraba solo. Estaba citado para comparecer en Roma, pero el duque Federico acudió a Cayetano con el ruego de que se me oyese en Augsburg, tal como sucedió (WA 509). 10. Narraba el doctor Martín Lutero cómo había acudido a Augsburg en 1518, cómo el propio legado pontificio había conversado con él y la forma en que se había comportado. 

En primer lugar, dijo, acudí allí porque se me había citado y requerido, pero con una importante custodia y protección del elector, que me había recomendado a los de Augsburg. Estos andaban siempre pendientes de mí y no dejaban de advertirme que no entrase en tratos con italianos, que no me fiase de ellos, porque no sabía yo bien lo que era un italiano. 5 Como ésta, todas las alusiones de Lutero a Roma visitada son tardías. 

El que historiadores tan actuales como Atkinson repitan los tópicos de la pésima impresión que recibió en aquel viaje relámpago de 1510-1511 no indica más que la repetición anacrónica de algo totalmente improbable. El viaje no ejerció influjo alguno en Lutero, que no pudo ver -mucho menos observar- casi nada. Tres días enteros pasé en Augsburg sin salvoconducto del emperador. Durante este tiempo reiteró sus visitas un italiano6 , que me recomendaba presenciarme ante el cardenal y empeñado en conseguir mi retractación. 

«Basta con que digas "me retracto", para que el cardenal interceda por ti ante el papa y podrás así regresar con todo el honor a tu príncipe». Pasados tres días, llegó el obispo de Trento7 , y, en nombre del emperador, mostró al cardenal mi salvoconducto. Me presenté entonces ante el cardenal humildemente; me arrodillé primero, después cai en tierra y por último me postré cuan largo era. 

Después de mandarme el cardenal por tres veces que me levantase, me incorporé, lo que le plugo sobremanera y le hizo creer en la victoria. Cuando al día siguiente se dio cuenta de que yo no estaba decidido a retractarme en nada, me dijo: «¿Por qué crees que el papa se preocupa de Alemania? ¿Crees que los príncipes llegarían a las armas por tu causa?». « No». «¿Dónde quieres vivir el resto de tus días?». «Bajo el cielo». Que tanta fue la altanería del papa. Por eso le es más amargo que la muerte ver menospreciada su dignidad y majestad, de lo que ya no puede librarse. 

Después se humilló algo el papa, y escribió al elector, a Spalatino y a Pfeffinger, solicitando que me entregasen y ejecutaran su mandato. A1 elector le escribió en los términos siguientes: «Aunque no te conozca personalmente, vi sin embargo en Roma a tu padre, el duque Ernesto, que era hijo obedientísimo de la iglesia, gran devoto de nuestra religión; por eso, desearía que vuestra serenidad siguiese sus mismos pasos». Pero el elector, que sospechó de esta desacostumbrada humildad papal y se percibió de las malas intenciones de asustarle, conoció la fuerza de la sagrada Escritura, porque en muy pocos días mis Resoluciones corrían ya por toda Europa.

8 Esto le confirmó en su decisión de no ejecutar aquel mandato y de someterse al juicio de la sagrada Escritura. Si el cardenal se hubiese comportado con más modestia en Augsburg y me hubiera hecho caso cuando me postré rendido a sus pies, nunca se habría llegado a la situación presente, ya que por aquel entonces no estaba yo al tanto sino de escasos errores del papa. De haberlo hecho él, también me hubiera callado yo sin ninguna dificultad. Pero el estilo de Roma en una causa oscura e inexplicable era el de decir el papa: «Por pontificia autoridad nos reservamos esta causa para su solución definitiva». 

Y entonces, ambas partes se veían obligadas al silencio. Yo creo que el papa estaría dispuesto ahora a entregar tres cardenales con tal de que las cosas hubieran quedado como entonces se encontraban9 (WA 3.857). [Eck, debelador de Lutero] 11. No nos damos cuenta del beneficio que nos reporta el tener contrincantes y el que los herejes se enfurezcan y se enfrenten con nosotros. Si Cerinto hubiera callado, nunca habría escrito Juan su evangelio; pero como se empeñó en atacar a la divinidad de Cristo, Juan se vio espoleado a escribir y decir: «En el principio era el Verbo» [Jn 1, 1], e hizo una distinión clara de las tres personas, como nadie lo hubiera podido conseguir. 

De la misma forma, cuando yo comencé a escribir contra las indulgencias y 6 Urbano de Serralonga. 7 . Entonces lo era Bernhard Cles. 8 Puede referirse a su amplia exposición Resolutiones disputationum de indulgentiarum virtute (1518), pero también es probable que se refiera a las 95 tesis (escrito 1 de esta edición), o al mismo Tratado o Sermón, el más divulgado, incluido en nuestra edición en segundo lugar. 9 Otra versión de los sucesos de Augsburg, cf. en prólogo de 1545 (escrito 19 de esta edición). La interpretación que Cayetano ofrece desde otro ángulo, tan a tener en cuenta al menos como el de Lutero, cf. en la carta del cardenal al príncipe elector de Sajonia (WA Br 1, 233 ss). 

Hoy se puede conocer bastante objetivamente lo sucedido. Cf. G. Hennig, Cajetan und Luther. Ein historischer Beitrag zur Begegnung von Tomismus und Reformation, Stuttgart 1966; O. H. Pesch, Das heisst eine neue Kirche bauen, en Begegnung zu einer Hermeneutik des theologischen Gesprüch, Graz-WienKáln 1972, 645-661. contra el papa, se enfrentó conmigo el doctor Eck10 , que fue el que me despertó y me desperezó. Deseaba yo de corazón que este hombre se convirtiera y retornara al camino recto. 

Como se empeñó en seguir igual, le deseé entonces que llegara a ser papa, puesto que se lo había ganado bien, ya que hasta la fecha ha sido él solo quien ha tenido que soportar todo el peso, toda la molestia y el trabajo entero del papado por combatirme (si bien es cierto que le ha valido la pena, porque tiene él solito unos ingresos de setecientos florines de la parroquia de Ingolstadt). Pero muy bien podría ser papa, dado que no cuentan con otro que pueda combatirme. Fue él quien inspiró mis primeros pensamientos contra el papa, el que me empujó hasta donde yo nunca hubiera llegado de otra forma. Por eso, cuando los herejes y demás antagonistas piensan que nos causan grandes perjuicios, en realidad lo que hacen es servirnos de mucha utilidad (WA 5.525).

 [El profeta y su conciencia de tal] 12. Si al principio, cuando comencé a escribir, hubiera sabido lo que después experimenté y vi, y en concreto la oposición y resistencia que se hace a la palabra de Dios, es seguro que hubiera permanecido en un tranquilo silencio, pues no habría tenido la osadía de atacar y enojar al papa y a casi todos los demás. Creía yo entonces que pecaban sólo en fuerza de la ignorancia y de la fragilidad humanas y que no se atreverían a reprimir deliberadamente a la palabra de Dios. Pero Dios me ha lanzado, como se lanza un corcel al que se le vendan los ojos para que no vea hacia dónde galopa. A propósito de esto, dijo el doctor que raramente acomete una obra buena a sabiendas o con premeditación, sino que sucede todo dentro del error o de la ignorancia. «Por eso, he sido lanzado a la enseñanza y la predicación agarrado por los pelos. Si hubiera sabido lo que ahora sé, ni diez caballos hubieran podido arrastrarme. Que por eso mismo se quejaban también Moisés y Jeremías de haber sido engañados [...]» (WA 406). 13. Lo primero que tenemos que saber es si nuestra doctrina, tal como la proclamamos, es la palabra de Dios. Sólo con esta seguridad podremos tener la firme confianza de que la empresa ha de perdurar, tiene que perdurar, y que ni el diablo ni el mundo con toda su canalla podrán echarla por tierra, por más que griten y rabien contra ella. Yo, a Dios gracias, tengo la convicción de que mi doctrina responde a la palabra divina, y he arrojado de mi corazón cualquier otra creencia, llámese como se llame. He vencido casi del todo los pensamientos y tentaciones con los que se acongojaba mi interior cuando me decía: « ¿Es que vas a ser tú el único en detentar la palabra verdadera? ¿no la poseen también los demás?». 

De esta forma nos combate Satanás, se abalanza sobre nosotros, amparándose en el nombre de la iglesia. Nos echa en cara: «Estás destruyendo lo que hasta ahora ha mantenido la iglesia como cierto durante tanto tiempo; con tu doctrina estás minando el orden espiritual y el temporal». Esta misma argumentación la encuentro esgrimida en el caso de todos los profetas, cuando los principales del gobierno espiritual y civil les decían: «El pueblo de Dios somos nosotros, puesto que estamos dentro del régimen fundado y establecido por Dios. Hay que mantener como verdadero lo que 10 Eck (Juan Maier), 1486-1543, fue uno de los primeros adversarios de Lutero y, desde luego, según el testimonio de Lutero, de los de más altura. Sus Obelisci (1518) fueron una de las primeras respuestas a las tesis sobre las indulgencias. Después estaría presente en varios coloquios como figura señera. Pero a la que se refiere Lutero es a la disputa de Leipzig, de resultado incierto, en la que Eck (representante de Ingolstadt) se enfrentó brillantemente con Karlstadt y -en un segundo momento más interesante- con Lutero. 

Fue una contienda bastante teatral, a decir verdad, pero en ella consiguió Eck con habilidad y fuerza dialéctica que Lutero se manifestara abierta y negativavamente en relación con el primado, con los concilios y con otros dogmas (cf. la relación que de la contienda hace Lutero en el escrito 19 de esta edición). N. Paulus, Die deutschen Dominikaner ¡in Kampfe gegen Luther 1518-1573, Freiburg B. 1903; J. Lortz, Die Leipziger Disputation: Bonner Zeitschrift für Theologie und Seelsorge 3 (1926) 12-37; P. Fraenkel, John Eck's Enchiridion of 1525 and Luther's earliest argumenta against primacy: Studia Theologica 21 (1967) 110-163; R. K., Johann Eck auf dem Reichstag zu Augsburg 1530, Münster 1968. nosotros, la mayor y más sana parte, decidimos y reconocemos por tal. 

¿Quiénes sois vosotros, puñado de locos, para pretender enseñarnos a nosotros?». Porque no sólo hay que poseer la palabra de Dios y armarse de ella, sino que también hay que estar seguros de la doctrina para poder ganar la batalla. Hay que saber decir: «Tengo la certidumbre de que lo que enseño y creo es la misma palabra de Dios, majestad suprema del cielo, de que es su voluntad y la eterna incambiable verdad; todo lo demás, lo que no esté de acuerdo con esto o a ello se oponga, es una presuntuosa mentira diabólica, es falso, equi- vocado». 

Y esta convicción es la única que capacita para acometer una empresa, para mantenerse sin desmayo en ella y para poder proclamar: Los equivocados y los que no tienen razón sois todos vosotros; mi doctrina es la única recta y la segura verdad de Dios, en ella permaneceré aunque todo el mundo opine lo contrario. Porque Dios no puede engañar, y yo poseo su palabra que no ha de fallar y prevalecerá contra todas las puertas del infierno [Mt 16, 18]. El mismo me alienta al decir: « Yo pondré en tu camino oyentes que acepten tu enseñanza; déjame a mí este cuidado, que yo velaré por ti. 

Lo único que tienes que hacer por tu parte es permanecer asido a mi palabra». Hay que tener la convicción de que la doctrina es recta, de que responde a la eterna verdad, y no hacer cuestión de cómo la aceptarán los demás. Esta certidumbre es la victoria contra el demonio; pero no conviene discutir con él cuando no se está seguro de la doctrina. Si quieres ser bienaventurado, tienes que estar tan seguro de la palabra de Dios, que aunque todos los humanos opinaren de otra forma, incluso aunque todos los ángeles dijeran lo contrario, tú, sin embargo, puedas mantenerte firme y proclamar: «Y, no obstante, sé muy bien que esta palabra es la verdadera». 

Lo único que anhelo es poseer la palabra de Dios. Me tienen sin cuidado los milagros, no me preocupan las visiones extraordinarias. Tampoco haría caso a un ángel que quisiera enseñarme algo que no fuera la palabra de Dios. Yo sólo creo en la palabra de Dios y en sus obras, porque la palabra de Dios ha resultado ver- dadera desde el principio del mundo y a nadie ha defraudado. Bien, pues esto mismo es lo que estoy experimentando en la realidad, porque todo va sucediendo conforme a la palabra de Dios (WA 130). [Lutero, Kethe y su familia] 14.

 Hablaba el doctor Martín de su compromiso matrimonial y decía: Si hace trece años me hubiera decidido a casarme, habría tomado por esposa a Ave Schónfeldin, que ahora lo es del doctor Basilio, médico en Prusia. No estaba en aquel entonces enamorado de mi Kethe, porque me daba la sensación de ser orgullosa y engreída. Plugo a Dios que me apiadase de ella, y gracias a él, la cosa ha salido bien, porque tengo una mujer piadosa y fiel, en la que puede descansar el corazón del marido, como dice Salomón [Prov 31, 11]. ¡Ay, Dios mío querido! Que el matrimonio no es sólo algo natural, sino un don divino que proporciona la más dulce, grata y honesta de las vidas, incluso más que el celibato y la soltería, cuando el matrimonio sale bien; que cuando fracasa, se torna en un infierno. 

Porque, aunque por lo general todas las mujeres dominan a la perfección el arte de cazar al marido a base de lágrimas, mentiras e insistencia, pueden torcerlo con buenas palabras. Sin embargo, cuando en el estado matrimonial perduran las tres piedras preciosas de la fidelidad y la fe, el fruto de los hijos y el sacramento que santifica y diviniza, entonces hay que decir que el matrimonio es un estado bienaventurado. ¡Qué ansiedad tan cordial sentí por mi mujer cuando en Schmalkalda estuve enfermo y a punto de morir!11 Creí que no podría volver a ver aquí abajo a mi esposa ni a mis hijos. ¡Cómo me atormentaba la 11 Para el estado de Lutero en esta circunstancia, cf. introducción al escrito 17. 

Para las relaciones entre Lutero y Catalina de Bora (su Kethe) así como para hacerse una idea de la personalidad de ésta, bastante desconocida para los católicos, cf. entre otras monografías la de E. Kroker, Katharina von Bora, Martin Luthers Frau. Ein Lebens und Charakterbild, Berlin 1952; F. SchmidtKoenig, Frau Küthe Luther, die Weggenossin des Reformators, Giessen-Basel 1957. idea de tal separación! Ahora m-. doy cuenta de lo enorme que es en los moribundos esta afición y este amor naturales del esposo para con la esposa, de los padres hacia los hijos. Cuando, por la gracia de Dios, recuperé la salud, se acrecentó aún más el amor a mi mujer y a mis hijos. No hay nadie tan espiritual que no sienta este amor, esta afición natural e innata, puesto que es algo estupendo para afianzar la unión y la convivencia entre marido y mujer (WA 4.786). 15. En el primer año de casados se tiene unas ocurrencias extrañas. 

Cuando uno está a la mesa, piensa: «Antes estaba solo, ahora estoy acompañado». En la cama, cuando se está desvelado, ve un par de trenzas junto a él que antes no veía. Bien, pues en mi primer año de matrimonio, mientras yo estudiaba, se sentaba a mi vera mi buena Kethe, y como no sabía de qué hablar, me espetaba: «Señor doctor, ¿es cierto que en Prusia el mayordomo de la corte es hermano del Margrave?» (WA 1.656). 16. La doctora: «El señor Felipe recibió mucho dinero del rey inglés: 500 florines (nosotros sólo 50), del elector 400 y 80 táleros de no sé quién». Repuso el doctor: «Y también gasta muchísimo con los suyos y con los ajenos; reparte todo el dinero. 

Además, sería digno de recibir un reino entero un hombre tan significado y que tantos méritos ha contraído con el imperio romano y con la iglesia de toda Alemania y de otras regiones»12 (WA 4.957). 17. . Un inglés, hombre docto, estaba sentado a la mesa, pero no entendía alemán. Dijo Lutero: «Te propongo a mi mujer como preceptora de alemán; es muy habladora, y tan dispuesta, que en esto me supera a mí con mucho. Pero no es la elocuencia loable en las mujeres; mejor sería que fuesen balbucientes y premiosas» (WA 4.081). 18. Estaba su mujer dando de mamar a un niño y otra vez embarazada. 

Dijo (Lutero): « Es difícil mantener a dos huéspedes, a uno que está en casa y a otro llamando a la puerta» (WA 1.016, 3.255, 1.697, etc.). 19. El doctor Martín Lutero había castigado a su hijo N. a no comparecer en su presencia en tres días, y no quería concederle su gracia hasta que el niño no se humillara y lo suplicase. Como su madre, el doctor Jonás y el doctor Teutenleben intercediesen por él, dijo: «Prefiero un hijo muerto a uno impertinente. No en vano dijo san Pablo que un obispo ha de saber presidir dignamente su casa y tener unos hijos bien educados [1 Tim 3, 4]. Nosotros, los predicadores, hemos sido elevados a tan alto rango, que estamos obligados a dar buen ejemplo a los demás. Nuestros descastados hijos, sin embargo, molestan a los demás; quieren estos bellacos aprovecharse de nuestros privilegios. Sí, incluso aunque falten con frecuencia, aunque cometan toda clase de travesuras sin yo advertirlas, porque no se me denuncian, se me ocultan, en concordancia con el proverbio vulgar: "somos los últimos en enterarnos de lo que sucede en nuestras casas; sólo llega a nuestra noticia cuando ha sido ya divulgado por todas las callejuelas". 

Por eso hay que castigarlos, no se puede hacer la vista gorda ni dejarles pasar nada por alto» (WA 6.102). 20. Lutero: « Me parezco a Abrahán, porque soy el abuelo de todos los hijos de los frailes, sacerdotes y monjas, que engendraron con generosidad. Soy el padre de un gran pueblo» (WA 3.239). 21. Las mujeres se velan, como dijo el apóstol, a causa de los ángeles [1 Cor 11, 10], y yo tengo que ponerme los pantalones a causa de las vírgenes (WA 3.240 a, b). [Ocupaciones] 22. Soy un hombre muy ocupado; tengo que desempeñar cuatro trabajos, cada uno de los cuales necesitaría para su cumplimiento la dedicación exclusiva de una persona: tengo que predicar en público cuatro veces por semana, dictar dos veces lecciones, oír las causas, escribir cartas y, además, escribir 12 Sobre esta generosidad proverbial de Melanchthon, cf. el comentario de 1540: «Como saliese a colación la liberalidad de Felipe, sugirió Severo: Señor doctor, ¿seguiría siendo tan generoso Felipe de ser arzobispo de Salzburg? 

A lo que respondió el doctor: Y mucho más porque posee el verdadero conocimiento de Jesucristo» (Tisch WA 4.985). Por entonces la rica sede estaba vacante a causa de la muerte de Mateo Lang en marzo de 1540. libros para el público. No obstante, Dios me ha provisto bien al darme una mujer excelente que cuida de todos los asuntos familiares, para que yo no me tenga que ocupar además de este menester (WA 154). 2. El predicador [La misión del predicador] 23. Decía el doctor Martín Lutero que Dios había obrado maravillas al encomendarnos a nosotros, pobres pecadores, el quehacer de predicar su palabra y de dirigir los corazones que no conocemos. Pero es una misión de Dios, nuestro señor, que nos dice: «Oye, tú tienes que predicar, que de que fructifique ya me encargaré yo» [1 Cor 3, 6], « yo conozco los corazones de los hombres». Esto tiene que servirnos de consuelo a los predicadores; deja que el mundo se ría y ridiculice tu oficio, y ríete tú también. Se cuenta del emperador Maximiliano que en cierta ocasión rompió a reír con todas sus ganas. 

Cuando se le preguntó por el motivo de reírse tan destempladamente, su cesárea majestad respondió al día siguiente: « Me río, porque pienso en lo bien que Dios ha provisto sus dos gobiernos, al encomendar el espiritual a un mierda borracho y clerical, es decir al papa Julio13 , y el civil a un cazagamuzas como yo» (WA 3.492). [El predicador ideal] 24. Un buen predicador ha de estar adornado de los atributos siguientes: 1) que pueda enseñar de forma correcta y ordenada una materia sutil; 2) que tenga una cabeza muy clara; 3) que sea muy elocuente; 4) que tenga buena voz; 5) ha de disfrutar de muy buena memoria; 6) que sepa acabar a tiempo; 7) tiene que dominar la materia y entregarse con diligencia a su estudio; 8) tiene que arriesgar cuerpo y vida, bienes y honor; 9) que esté dispuesto a que todo el mundo se ría de él (WA 6.793). 25. 

Dijo el doctor a Cordato: El predicador, que suba al púlpito, que abra la boca y que se calle; es decir, que sea llamado, que instruya con dedicación y claridad, y que no canse a los oyentes con exceso de palabrería (WA 5.171 a). 26. Un predicador es como un carpintero: su instrumental es la palabra de Dios; y como los sujetos con los que tiene que trabajar son tan distintos, no debe cantar siempre la misma canción, impartiendo la enseñanza uniformemente, sino que, a tenor de los oyentes variados, a ratos tendrá que amenazar, asustar, castigar, increpar, consolar, expiar, etc. ¡Ay, con qué facilidad se inclina y se dispone uno a enseñar a los demás, pero no a sí mismo! (WA 234). 27. El catecismo es la mejor y más completa doctrina. Por eso hay que predicarlo sin cesar y no olvidarlo, de manera que las predicaciones públicas partan de él como base y hacia él se dirijan. Me gustaría que diariamente se predicase y se leyese este sencillo libro. 

Pero nuestros predicadores y oyentes lo conocen con tal perfección, se lo han aprendido tan de memoria, que les da vergüenza ceñirse a esta insignificancia doctrinal, y prefieren lucirse hablando de materias más sublimes. 

El noble, los campesinos, dicen: «¡Bah, nuestro párroco nos toca siempre la misma cantinela! Predica sólo el catecismo, los diez mandamientos y el credo, el padrenu...

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