Cierto, muy cierto es que, ningún indicio teórico, ni aun imaginativo, alcanza para que mi mente especule sobre el instante en el que se iniciaría respuesta que logre interpretarse como registro primigenio de señal alguna sobre la satisfacción neurológica de la existencia humana. Muy cierto es, sin embargo, que en algún momento los embriones animales comenzarían a percibir señales registrables y probablemente, marcadoras del futuro emocional y biológico en general del ser que en algún momento llegará a la luz.
Cierto es que, cuando menos a partir de ese momento oficialmente registrado, si que estamos claro de que se inician una serie de procesos trascendetales, entre los que se incluyen impresionantes momentos como el de la interpretación de fenómenos como el de la luz, que en unos días permitirán gozar los placeres de las novedades, otros como los del gusto por los alimentos, los sonidos agradables asociados con la respiración del pecho de la madre, los olores y el sabor de la leche materna, el placer de defecar, etc...
Así comienza, esa concatenación de placeres que, sin embargo, traen aparejados, algunos momentos propiamente interpretados como amenazas a esos placeres. Unos y otros sentimientos se van acomodando hsta la llegada de la pubertad, cuando se inicia la transición a una nueva explosión para la que se venía acomodando la biología general del cuerpo: la virtud de la reproducción.
Toda esa concatenación de efectos, ciertamente, comienza a zufrir, en la medida que los eslabones de la cadena avanzan, la amenaza de la extinción misma de la vida, contrastada con el feliz progreso iniciado a partir del nacimiento. Las amenazas crecen y crecen, el cuerpo biológico las percibe, las interpreta, las mide. Entonces la memoria comienza a reflexionar, es decir a retroceder hacia la memorización de los placeres dejados atrás.
Se avecina la catástrofe tan inevitble como el feliz acontecimiento de la llegada original. Así resulta que se retroalimentan las amenazas, todo parece comenzar a nublarse, así todo parece lucir peor, es decir, amenazante, catastrófico, se acerca la inevitable catástrofe del filnal. Todo nos lucirá peor que antes, en vez de olores primaverales, percibimos los fétidos bahos de la podredumbre, de la descomposición material, del acercamiento al fin.
Es así como durante los milenios de la vida cultural, todo luce derrumbarse, sin fe, sin esperanza ni motivaciones. Entoces es cuando comenzamos a percibir que "tiempos pasados fueron mejores". Mejores nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros hijos, mejor la leche que nos amamantó, los frescos de las tardes, nuestros maestros, nuestros amigos, nuetros charcos, nuestras peleas, nuetros patrones, nuestros dioses, nuestras frutas, etc....en fin hasta nuestros males fueron mejores.
Es el signo inevitable de la frustración, de la amenaza contra la existencia misma, el desplome de la astronómica comba celestial que nos aplsta con todo sus pesares. No obstante, los pensamientos humanos no se rinden como suicidas, la mas sana interpretación nos garantiza que no todo caerá en los abismos del infinito. El evolucionismo nos garantiza la nueva vida, la renovación total, la reversión hacia el nuevo nacimiento, hacia la perfección cíclica de la inevitabilidad del retorno a la divinización universal.
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