La existencia humana funda sus reales para el cultivo de sus mieses en obligados paradigmas generados bajo el manto y el mando de los procesos evolutivos biológicos.
A partir de estos cimientos hijos de la Naturaleza, matrona cosmológica única e irrepetible, surgen y florecen nuevos paradigmas substanciales, ideológicos, unos místicos, otros materiales.
Entre los paradigmas ideológicos, impulsores indiscutidos de los paradigmas en los que se asientan los valores que determinan las necesidades biológizadas desde las dinámicas materiales originadas en principios no establecidos con certeza alguna por la inteligencia material humana, se hayan las creencias religiosas, las ideas políticas y las aspiraciones perfeccionistas de cualquier otra índole indentificada como meta de la humanidad.
Dios, como signo ideal de la perfección, ostenta la primacía, se haya en la cúspide de nuestras imaginadas posibilidades de alcanzar la pefección mística hacia la que se dirigen todos los procesos evolutivos.
Vivir sin metas, sin dioses, sin aspiraciones últimas, se aleja del diseño llamado a cumplir con ese paradigma principal, montado sobre procesos conducentes a esa perfección representada en una Meta Divinológica, materialmente inalcanzable y místicamente de alcances infinitos.
Poder concebir y sustentar la idea de un Dios. es un privilegio de nuestra imaginación.
Alcanzar a concebirlo, nos remite y permite sensibilizarnos, valorarnos, sublimizarnos como seres que ostentamos los derechos y capacidades para crecer y llegar hasta lo infinitamente desconocido pero posible.
Nos permite amarnos a nosotros mismos profundamente, tanto como a los demás, al considerarnos tan próximos unos a otros como cuerpo indivisible, como humanidad, como monarcas de la Naturaleza, reina cosmológica, razón universal.
Poder y saber creer en Dios es una virtud, un privilegio, es el resultado de un proceso inteligente de la Naturaleza y su materia eterna, permanente, infinita,continua, inmutable y única.
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