jueves, 4 de abril de 2019

LA HORA DEL ÁNGELUS

El sueño por descanso que urgían mis cansados afanes, nublaba mi razón al tiempo de las aves cerrar sus ramos: la hora del Angeluz. No me alcanzaba este último aliento ni para completar de rodillas la oración iniciada por mi madre a la primera campana. A seguidas me urgía la cena y siempre cerraba la faena vencido sobre la cama. El amanecer siempre me conducía a la misa. Al desayuno seguía la rutina escolar, diaria y obligada misión, inexcusable sin importar amenazas ni presagios de brisas y grises de las lluvias, ningún pretexto por ingeniosa que fuera la estrategia esgrimida modificaría las convenciones radicadas en las razones de mi madre. Dios y su templo fueron siempre la constitución sagrada sin embargo las obligaciones escolares, al decir de Mi Madre, contaban con salvoconductos divinos, válidos sobre cualquier rendición de cuentas o ceremonias que pudieran contrariar la acogida a las aulas de enseñanzas. Para mi madre, Dios siempre fue el benefactor del cultivo de la inteligencia y el conocimiento completo sobre el bien y el mal, el uno para el atesorado cultivo y el otro para ver, aprender a desempedrar los caminos de nuestras andaduras seguras a pruebas de espinas y alimañas
de relucidos brillos miméticos, tintadas de colores envenenados y tóxicos aromas y simulados ojos.
Despierto aun voy sobre las alas fantásticas, inagotables e invencibles de mi madre, exactas, eternas.

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