sábado, 28 de enero de 2023

INSTITUCIONALIDAD MORAL DE LA GUERRA


 Intentar establecer discernimientos filosóficos objetivamente aceptables, sobre la institucionalidad moral de la guerra, resultaría una pretensión subjetiva tan difusa como mismo sería allegarsse al intento de definir los esenciales materiales sobre los extremos infinitos que al pensamiento lo ocupan  valores del bien y el mal: tarea, simplemente abordable solo a partir de arreglos epistemológicos libres de concresiones nmateriales, místicos, astrológicos, divinales. Cierto, ciertísimo es que el evolucionismo material, aun mantiene vedados al conocimiento humano, los esenciales de sus escondidas motivaciones. 

La más congruente verdad, capaz de unificar las extremas divergencias existentes entre pensadores terciados como combatientes icompatibles, parece ser el criterio mejor promediado que reconoce como, hermosa, divinal y única, la maravillosa inteligencia que sigue el curso material de la evolución cosmológica, universal, indcuída la naturaleza vital. 

Siendo así aceptada, todo resultado guerrero, cae, sin resquicio objetable alguno, dentro de la divinal inteligencia de la evolución, necesaria, inevitable, conforme a las infalible ley material causa-efecto, de la que no se salva en su obligado cumplimiento, ningún cálculo estocástico, aleatorio, ni siquiera, la termodinámica estadística de Max Born, el audaz científico quien pudiera aparecer encabezando esta propuesta primacía en la que se entrega sin más compromisos ni condiciones la certeza del fenómeno evolutivo del universo material al concordato de verdad unica:  LA EVOLUCIÓN MATERIAL ES UN SIGNO DE LA INTELIGENCIA DIVINA. 

Esta sería en última instancia, la posible interpretación que pudo motivar a Max Born a enfrentar a su tan caro amigo, Albertico Einstein, este, quien siempre puso lo último de su fe en su atesorada verdad científica fundada sobre la casi inconmovible roca de esa reiterada ley universal de Causa-Efecto, en la que se fundan todos los fenómenos materiales, sin descartar las divinales decisiones que permanecen detrás del conocimiento sobre la absolución definitiva que decide sobre la vida del gato de  Erwin Schrodinger. 

Adivinar, es decir, intentar hacerse con poderes divinos, capaces de fijar valores objetivos sobre las guerras, tomar decisiones para entablar una equilibrada justeza, sobre la buena guerra y la mala guerra, luce tan complicado y contrapuesto, como si Dios disfrutara la diversión de dejar así de enredados los pensamientos y presunciones humanas de exhibir con excelsa vanidad, el haber sido concebidos a imagen y semejanza de propio Padre Creador. 

Lo bien cierto, ciertísimo, es, que la lucha por alcanzar el perfeccionamiento material, demandado con afán mortal, por todos los seres vivientes, es ley del proceso evolucionista, tanto como principio espiritual que del mismo modo lucha sin tregua por ese prfeccionamiento, constantemente. Bajo juramento mortal lo establecen los humanos y así arriban al momento mismo de la muerte. Las guerras forman parte indiscutblemente, del impasible fenómeno evolutivo de la vida misma y toda la materia universal.

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