lunes, 4 de junio de 2018

LOS DOS CRISTIANISMOS

Entre las mil interpretaciones místicas y adaptaciones militantes a las que suelen ser sometidas las ideas que se yerguen como paradigmas de orientación y comportamiento social, nuestro cristianismo, signado fundamentalmente por las enseñanzas extraídas de los predicamentos externados tras sus ejemplos, consejerías y predicaciones de viva voz, atribuidas a la persona misma de Jesús, El Galileo, a decir de los documentos conocidos por la historia moderna como Evangelios de la Fe Cristiana, existen dos raseros extremos entre los que se puede elegir para decirse uno,  seguidor de Jesús, El Cristo o Mesías.

Si decidimos seguir al Jesús, el milagroso hijo María, engendrado en el vientre de su madre por Obra y Gracia del Espíritu Santo, una de las tres manifestaciones del Dios Vivo, Padre y Señor Nuestro, tres personas en un solo cuerpo:  Padre, Hijo y Espíritu Santo,  como fundamentalistas irrevocables, defenderemos y seguiremos el triunfo sobre las amenazas demoníacas, a la vez que nuestra fe nos propiciará la segura salvación, glorificación y elevación celestial, mientras la dicha, cuidado de nuestra la salud,  nuestra seguridad y la de nuestro entorno. Estaremos entre los convencidos netos de La Resurrección, el conversor de agua en vino, la multiplicación de los peces, el desafiante cara a cara, en persona, de el demonio, el resucitador de la hija de Jairo, de Lázaro y otros igualmente muy importantes milagros.

Sin embargo, en el otro extremo encontramos la oportunidad de seguir un Jesús de Galilea, llamado El Cristo, cuya historia material puede ser hasta considerada como simple literatura fantástica, que no trata de confirmar la veracidad de su existencia social, familiar o física como verdad irrefutable.

Se trata del Cristianismo fundado exclusivamente en las virtudes sociales atribuidas y consideradas, como enseñanzas morales y místicas de irrefutables valores fuertemente inclinados hacia la exaltación de la vida en sociedad, el laborantismo creativo y productivo para el bienestar colectivo, la convivencia pacífica, la preservación de la familia y la solidaridad mutua como principio de una civilidad de elevación mística muy depurada, así como la contribucion y reconocimiento al avance del plan Universal.

A estos seguidores cristianos no les conmueve confirmación alguna sobre hechos milagrosos, incluida la resurrección ni el origen divinológico de su concepción maternal.

Principios como la sublimidad del perdón, la honra de la verdad, la condena sobre la venganza, la pureza humana de la piedad y la miserricordia, el aborrecimiento y desistimiento de las conducta avariciosas, la sevicia, la codicia, la gula, la soberbia, el rencor, el odio, etc. considerados como vicios impropios y contrarios a la Creación divina, no precisarían, para su reconocimiento, adopción moral y seguimiento, de más convencimiento y aceptación que la racionalidad ajustada al pensamiento extraído de las prédicas reputadas como originales del místico Jesús de Galilea, El Cristo.

Entre los dos extremos citados median las supersticiones propias del primitivismo religioso aborigen. 

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