Sin importar la ideología que practique, cualquier ejército que prepara sus miembros humanos para guerrear, para matar, trata de beneficiar, aprovechar, estimular, retroalimentar..., las capacidades humanas para vencer sin contemplación. La virtuosa capacidad de matar, se practica, se premia, se exalta y se recompensa.
La crueldad se convierte en una estrategia de poder, intimidante, vencedora, aprovechable, extraordinariamente útil cuando el calor de la refriega demanda la imprescindible necesidad de hacer demostraciones tanto frente al contrario como frente al competidor interno de segundo plano con el que se convive y se conforma la sociedad sinérgica circunstancial.
La inmensa, sin par, sabiduría bíblica, contrae en la breve historia de Caín y Abel, todo un tratado de la humana lucha competitiva por el reconocimiento de la paternal sociedad. Nicolás Maquiavelo, apologista del "cainismo" político-social, contrasta con Tomás Moro, al presentar los modos de ejercer los procesos de crecimiento, atribuibles a cualquier proyecto de competencia empresarial.
En la más pura realidad, quien quiera que busque seguir con prístina consciencia capitalista, el adelantamiento empresarial, ha de conocer, seguir y practicar las consejerías de Nicolás Maquiavelo, al pie de las letras como tal lo muestran todos los comportamientos históricos de cualquier emprendimiento capitalista auténticamente exitoso en cualquier parte del mundo, bajo cualquier Estado.
Aun la representación moral del bien personalizado bíblicamente en las leyes mosaicas, el moiseísmo santificado, aconsejado y protegido personalmente por el mismísimo Jehová, no se eximió de aplicar las estrategias del "cainismo", dejado como legado y sacrificio moral de su nombre, por el batallador Caían, a quien, sin embargo, igualmente protegió también el mismo Jehová, advirtiendo al resto de sus hermanos tener sumo cuidado con tocarlo.
Como puede observarse, si se sigue con meticulosidad literaria, el "cainismo", como signo del mal, sigue tan íntimamente enroscado al "bien", humano, como simeses pérsicos, cerebrales, imposibles de ser separados, aun más, imposibles de ser concebido uno sin el otro, como dioses universales.
La estrategia exhibida con todas sus garras por los harto aconsejados gurúes del neocapitalismo tecnológico, gigantescos, no dudan en aplicar con todos sus poderes cainistas, la correcta receta bíblica, exegizada por Nicoás Maquivelo.
No dejar crecer demasiado a su competidor, en su propio lar, en su propio nido (también lo saben muy bien los aguiluchos que buscan que precisan sobrevivir en un nido que al crecer no alcanza para dos).
El ejercicio empresarial capitalista, no descuida, como lo aconsejan los mejores textos sobre competitividad y calidad, modernos, el refinamiento de sus deberes cainistas, que bien definen y delimitan como unidad pareja el bien y el mal, inseparables como Jack Veneno y Relámpago.
La crueldad se convierte en una estrategia de poder, intimidante, vencedora, aprovechable, extraordinariamente útil cuando el calor de la refriega demanda la imprescindible necesidad de hacer demostraciones tanto frente al contrario como frente al competidor interno de segundo plano con el que se convive y se conforma la sociedad sinérgica circunstancial.
La inmensa, sin par, sabiduría bíblica, contrae en la breve historia de Caín y Abel, todo un tratado de la humana lucha competitiva por el reconocimiento de la paternal sociedad. Nicolás Maquiavelo, apologista del "cainismo" político-social, contrasta con Tomás Moro, al presentar los modos de ejercer los procesos de crecimiento, atribuibles a cualquier proyecto de competencia empresarial.
En la más pura realidad, quien quiera que busque seguir con prístina consciencia capitalista, el adelantamiento empresarial, ha de conocer, seguir y practicar las consejerías de Nicolás Maquiavelo, al pie de las letras como tal lo muestran todos los comportamientos históricos de cualquier emprendimiento capitalista auténticamente exitoso en cualquier parte del mundo, bajo cualquier Estado.
Aun la representación moral del bien personalizado bíblicamente en las leyes mosaicas, el moiseísmo santificado, aconsejado y protegido personalmente por el mismísimo Jehová, no se eximió de aplicar las estrategias del "cainismo", dejado como legado y sacrificio moral de su nombre, por el batallador Caían, a quien, sin embargo, igualmente protegió también el mismo Jehová, advirtiendo al resto de sus hermanos tener sumo cuidado con tocarlo.
Como puede observarse, si se sigue con meticulosidad literaria, el "cainismo", como signo del mal, sigue tan íntimamente enroscado al "bien", humano, como simeses pérsicos, cerebrales, imposibles de ser separados, aun más, imposibles de ser concebido uno sin el otro, como dioses universales.
La estrategia exhibida con todas sus garras por los harto aconsejados gurúes del neocapitalismo tecnológico, gigantescos, no dudan en aplicar con todos sus poderes cainistas, la correcta receta bíblica, exegizada por Nicoás Maquivelo.
No dejar crecer demasiado a su competidor, en su propio lar, en su propio nido (también lo saben muy bien los aguiluchos que buscan que precisan sobrevivir en un nido que al crecer no alcanza para dos).
El ejercicio empresarial capitalista, no descuida, como lo aconsejan los mejores textos sobre competitividad y calidad, modernos, el refinamiento de sus deberes cainistas, que bien definen y delimitan como unidad pareja el bien y el mal, inseparables como Jack Veneno y Relámpago.
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