Los mortales de los vanos
Del aire lo menos denso
Ruiineza en lo más intenso
Diabluras de los humanos
En lo ideal, los enanos
Destituidos de Los Cielos
Nos rastreamos por los suelos
Por donde pisan los príncipes
Condestables y munícipes
De la esclavitud hijuelos
No nos ajustan los trajes
De los divinos santuarios
Para los santos primarios
Ni son nuetros hijos pajes
Orlados brillos de encajes
Son presumidos muñecos
De festivos embelecos
Redoblados de pelucas
Sin atesorar manducas
Fatuos, de dorados flecos
Nombrados por señoritos
Licenciados de oficinas
Lejos de las cocinas
Depejadas de conflictos
O religiosos delitos
De dioses lucen perfiles
Condecoran los serviles
Que al premiarlos nombran nobles
Obedientes como robles
Por por tan obedientes, viles.
Los cabezudos, los tercos
Revueltos siempre en los lodos
Hundidos a hasta los codos
Llenos de mugre, cual puercos
Cerrado en los mismos cercos.
Nosotros somos la sombra
Donde el canto de la alondra
Es sordo, apagado, hueco
Como el de algún ramo seco
Su nombre siempre me nombra.
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