Fui formado bajo el convencimiento moral de que asumir una actitud airada es transgredir o violar una regla espiritual, social y doctrinalmente divina que nos coloca en estado de inculpado de pecado mortal, solo subsanado mediante la intervención de sincero acto de confesión, arrepentimiento, promesa de no volver a caer en la misma actitud además de cumplir algún sacrificio impuesto por el confensor, representante de la justicia divina, para merecer la correspondiente indulgencia.
El arribo, presencia e insistencia en permanecer en nuestro medio social de este ....(bueno, he de decir...bendito), virus, pandémico, abusador tenaz y para colmo hasta coronado, provoca todas las clases de estados de ánimos imaginables.
Claramente, no debré sentirme airado, cualquiera que sea la palabra regional, cultural o costumbrista con la que se nos antoje apodar dicho estado, se que las hay feas, menos bonita, groseras y hasta belicosas, pero lo cierto, ciertísimo es que también suenan eufónicamente mal otras palabritas como las que refieren "indiferencia", "apatía", "conformidad" y "negligencia", es decir, en cualquiera de ellas que busque refugiarme, luciría mal vestido, pero no debo pecar contra los pecados doctrinales de mi formación, de modo que, he de dejar bien en claro que no estoy airado contra el coronado virus, tampoco contra los acusados bajo fundamentos mal aclarados de ser anfitriones intelectuales de la llegada o creación del mal comportado parásito bioquímico.
No, no debo airarme, mucho menos pensar en decirlo con malapalabras masculinizadas. Simplemente, me parece quedo obligado y libre para soportarlo y evitar que me acose contra su propia esquina, escabulléndome de sus amenazas mientras espero que la Naturaleza Divina tome sus medidas y nos cubra con la inmunidad lógica que los días por llegar nos aconsejan mientras me guardo detrás de estos aparatos iluminados por la Inteligencia Divina. Me quedo aquí sin malapalabrar contra nadie ni contra nada.
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