La dualidad primaria, pensamiento-conocimiento, asienta en su esencial comodín la majestad igualmente dual, filosofía-ciencia. La Filosofía pretende llegar al encuentro con el sentido mismo del ser, su ontología y su razón.
El filosofar pretende así justificar las batallas por la preservacion de la existencia total, incluyendo la biología humana, por cuanto, ese filosofar se empeña en cuidar el cultivo y la entrega de nuestros esfuerzos por superar las marcas biológicas de supervivencia, de los poderes del pensamiento, la extensión material mediante la reproducción y el perfeccionamiento continuo de esas marcas.
La ciencia, por su parte, hace de instrumental mecánico de apoyo a las metas idealizadas. En las plantas de la ciencia se procesan los conocimientos materiales a partir de los cuales pretendemos acercarnos a la divinidad mayorísima, la filosofía y su hija, la razón.
Los filósofos mueren sin aceptar su muerte porque han aprendido a no morir, porque son dioses amados, respetados y admirados por los ángeles de sus pensamientos. Los científicos, los humildes científicos, saben que la materia y la filosofía, duermen, ambas sin cerrar nunca los dos ojos a la vez, porque no se confían plenamente entre una y otra.
Stephen Hawkings se fue a la tumba tranquilamente convencido de que la filosofía había muerto sin hacerle sombra. Einstein se despidió relativamente complacido dado su convencimiento de que Dios no acertaba jugando a los dados. La filosofía y la ciencia son juguetes que entretienen el alma en tiempos de pandemias virales.
El filosofar pretende así justificar las batallas por la preservacion de la existencia total, incluyendo la biología humana, por cuanto, ese filosofar se empeña en cuidar el cultivo y la entrega de nuestros esfuerzos por superar las marcas biológicas de supervivencia, de los poderes del pensamiento, la extensión material mediante la reproducción y el perfeccionamiento continuo de esas marcas.
La ciencia, por su parte, hace de instrumental mecánico de apoyo a las metas idealizadas. En las plantas de la ciencia se procesan los conocimientos materiales a partir de los cuales pretendemos acercarnos a la divinidad mayorísima, la filosofía y su hija, la razón.
Los filósofos mueren sin aceptar su muerte porque han aprendido a no morir, porque son dioses amados, respetados y admirados por los ángeles de sus pensamientos. Los científicos, los humildes científicos, saben que la materia y la filosofía, duermen, ambas sin cerrar nunca los dos ojos a la vez, porque no se confían plenamente entre una y otra.
Stephen Hawkings se fue a la tumba tranquilamente convencido de que la filosofía había muerto sin hacerle sombra. Einstein se despidió relativamente complacido dado su convencimiento de que Dios no acertaba jugando a los dados. La filosofía y la ciencia son juguetes que entretienen el alma en tiempos de pandemias virales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario