martes, 16 de marzo de 2021

LA MUERTE DE LA MADRE DE FRANK PEÑA

 Cierto, ciertísimo es, que resulta inevitable, entre la generalidad de los seres humanos, que el conocimiento inmediato del fallecimiento de la madre "que nos parió", provoque una poderosa sensación discontinuidad vital, un arranque de desarraigo truculento, sangrante y depresivo, acompañado de esa natural sensación de inseguridad umbilical, sin importar las distancia o el tiempo que a uno lo separe de ese tronco de cuya savia sentimos o sabemos que nos sigue alimentando. 

Esa sensación material, psicológica o virtual, resulta expresarse de forma tan potente, que las ondulaciones provocadas, no respetan paredes filtrantes, traspasan todo el ámbito de sus alcances amistosos, conocidos, amigos, parientes y, bien lo sabemos todos, al solo mencinarse la palabra del sensible signo matricial, sin conocer su descendencia carnal, todos pasamos a percibir el pinche de esa sensación de tremor frío. Asi, por rudo y difuso que resulte su estructura, todos nos conmovemos. 

Ahora, bien, cuando se trata del haberse uno envuelto en un cierto grado de enamoramiento cercano, cuya cercanía sea física, emocional, utópica, filial, platónica, academica, deportiva, intelectual, ideológica, causal, comercial, etc...simplemente nos coloca en esa ruta de solidaridad, allegamiento caluroso de entrega emocional. lógico, importante, electromagnético, gravitacional que gente como yo no puede evitar, dadas mis raíces culturales, cimentadas bajo el peso del adoctrinamiento cristiano esperanzado, afamiliadamente pueblerino y solidario.

 Puedo, francamente, sustraerme del protocolo y del misticismo tradicional, pero confieso que no puedo evitar el recuerdo de la partida de mi madre, desde hace 24 años, y así, removido el dolor, intentar compartir la misma pena, el mismo estremecimiento de este golpeo que choca contra Frank Peña y todos quienes lo acompañamos desde tiempos y en muchas formas.

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