Dificil de bautizar, hasta para el mismo bautista hijo de Isabel, la santa mina de oro a la que hoy le ora la economía dominicana. Bajo el peso de sus ingresos netos y los ingresos brutos que estremecen los pilares del producto interno bruto, para balancear las cargas originadas en la facturación petrolera y demás cargas brutas de la energía extraída desde el subsuelo de extranjeros patios ricos en fósiles carbónicos. Mucho nos valen los balanceos de la densidad metálica tato del oro como del ferroníquel y otros citados componentes de siempre fementidas y sospechosas existencias.
Los equilibrios físicos y quimicos de sus composiciones materiales, llegan siempre acompañadas de malediciencias poco simpáticas, o, mejor, muy odiosas. Esos procedimientos de separación aplicados a los minerales auríferos, suelen disolver presas completas con todos sus componentes vegetales, animales, tanto vivos como muertos, pero el dulce de sus sumos cargados de minerales beneficibles.
Nuestra minera, extractora suplidora de oro, que amenaza con mantener su activismo presente y futuro previsto por decenios, nos puede merecer odios, desavenencias, malquerencias y hasta maldiciones, pero, su verdad es que en este momento, tanto como para ese futuro previsibles, esa demonia sustentará muchas verdades tan profanas como las de la prostitituta que alimenta la familia con la fuerzas morales de su ejercicio público, material y profesional.
Nosotros, sus hijos, vecinos, parientes y amigos tenemos la opción de denunciarla y perturbar sus ritos, o acogernos a la verdad de sus virtudes amatorias.
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