domingo, 22 de diciembre de 2024

CON NOMBRES Y APELLIDOS: DIOCLESIANO, DON TEO Y DOÑA EUDOCIA

 

CON NOMBRES Y APELLIDOS: DIOCLESIANO, DON TEO Y DOÑA EUDOCIA

Dioclesiano Montilla Riambau, dominicano, llegó a Nueva York tras ser elegido como becario selecto después de la Revuelta Civil Dominicana de Abril de 1965, gracias a uno de los múltiples programas promovidos por agencias internacionales que proliferaron durante esos días. Dioclesiano se convirtió en un sobresaliente prospecto en las ciencias físicas.

Al graduarse, fue reclutado por el cuerpo de Marines norteamericanos, donde ascendió regularmente hasta llegar a servir como oficial importante en un submarino. Los padres de Dioclesiano seguían en República Dominicana. Siempre se valieron de sus propios esfuerzos, obteniendo ingresos de sus fomentos agrícolas en San Juan de la Maguana.

De todos modos, su hijo los visitaba cada cierto tiempo y también los invitaba a su residencia familiar o a algunos de los países donde se estacionaba ocasionalmente. Las dos hermanas menores de Dioclesiano, que se quedaron acompañando a sus padres, se convirtieron en exitosas profesionistas, bien acompañadas por distinguidas familias. Una emigró a Italia y la otra a Canadá.

Los padres fueron conminados, racionalmente, por sus hijos a mudarse a Santo Domingo, convencidos de que las atenciones más racionales en cuanto a seguridades personales, sanitarias, médicas y demás logísticas domésticas estarían mejor garantizadas mediante el apoyo de un personal mínimo, incluida una confiable asistente de enfermería y servicios domésticos selectos supervisados por una prestigiosa compañía. Contaban con un carro que solo ocasionalmente utilizaban para citas médicas o funerales obligados. Por lo general, la señora cuidaba con entusiasmo su jardinería de orquídeas, aprovechando las que sus hijos enviaban en fechas celebrables.

El señor, aficionado al equipo de béisbol de Los Tigres del Licey, a los noticieros sobre guerras internacionales y luchas políticas dominicanas, así como a los incidentes haitiano-dominicanos, no era muy entusiasta de los asuntos religiosos, aunque siempre estuvo convencido de que "lo bueno y lo malo son misterios que existen", según solía expresar en tertulias familiares.

Un día, como mandan las reglas del cielo, tocó a la puerta del apartamento el invisible y silencioso ave espiritual de "La Parca". Doña Eudosia se quedó dormida sin más aviso que el del extendido "no despertar", observado por su esposo, quien notó que ella no despertaba mucho más temprano que él. Se completaron todos los rituales propios de la ocasión y llegaron desde el extranjero hijos, nietos, cuñados, etc.

Se cumplieron todos los arreglos jurídicos correspondientes y hasta los habituales escarceos familiares se realizaron según las expectativas de una buena familia. Tras el significativo y rudo golpe provocado por la partida de Doña Eudosia, a Don Teo le quedaba una expectativa racionalmente calculada.

Antes de que se iniciaran las distintas propuestas sobre la amenazante soledad de su destino, que ya comenzaban a discutirse con cierta discreción entre los corrillos familiares, Don Teo escogió el momento de uno de los almuerzos, servidos entre muestras de familiaridad con aroma de sacro y amoroso idealismo espiritual, para comunicar y explicar con tranquilidad cuán orgulloso se sentía de haber desarrollado, disfrutado y contado con tan dichosa familia.

Fue entonces cuando rogó la anuencia de todos para que aprobaran, aceptaran y apoyaran la decisión que había tomado de ingresar a una residencia regular para ancianos, antes de la partida de cada uno de ellos hacia sus respectivos nuevos hogares familiares. El silencio fue unánimemente sagrado. La inteligencia propia de Don Teo fue bendecida y aceptada con cierta melancolía, pero sin más preguntas, más allá de los arreglos logísticos que demandaría la prudencia obligada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario