Es información desgastada, roída y carcomida por las trazas el hecho ciertísimo de que las luchas y competiciones protagonizadas y escenificadas bajo la cobertura de los instintos materiales asentados y definidos como efectos biológicos propios de la contextura, equilibrios y desequilibrios físico-quimicos propios del diseño y confección de los seres vivos, obedecen a la inevitable ririgidez de este mandato que nos compele, a todos los seres que se rigen bajo cualquier modo de vida, el que la meta sin tiempo es la enternización a fuerza de tenacidad, permanencia, perfeccionamientos, etc.
Ser tenaz, no perecer, es acercarse a la permanencia, a la eternización divinal. La cultura de las necesidades vitales imponen la cultura de la guerra, La Guerra impone la cultura moral que decide sobre los bienes y los males determinados por la cultura de las necesidades de hacer la guerra. Urge la demanda por sobrevivir que impone los sistemas que llevan la guerra. La inteligencia natural del homo sapiens, se desarrolla para hacer la guerra. El hambre determinada por la biología para cumplir la esa urgencia por sobrevivir reclama los espacios y las estrategias por la dominación sobre los demás, lo que se logra a través de la guerra, hace imprescindible luchar por la retención y dominio de los espacios estratégicos que determinan las necesidades de la guerra.
El hambre lleva a hacer la guerra.
La Ciencia del Conocimiento valida La Ciencia de hacer la guerra, porque la "La Guerra es la Guerra"
Así, con ese paramento mayor, lo consideramos como límite mínimo de nuestro objetivo, vivimos y, como tal hemos de comportarnos como lo destina nuestra materia biológica, con la emergencia por sobrevivir. Superarnos, entre nosotros mismos, comportarnos como lo dispone y rige el cerebro, implica elevarnos hacia lo que concebimos como alcance de la perfección, separarnos alejados de los demás, subir, escalar la cumbre de lo infinito. La práctica nos inicia complaciendo, como secuencia que conduce a esos alcances, a sobrevivir, alimentarnos, alelantar, dominar.
Ese es el impulso que conduce a la necesidad de guerrear, vencer, servirnos de los pies, cuerpos y valencias generales de los demás, superarlos luego como en verdad nos lo previenen desde nuestros modelos biológicos mejor graficables: las competencias entre millones de espermatozoides que se lanzan a alcanzar un óvulo procurando alcanzar a fecundarlo, cuando bien se conoce que sólo uno ha de lograrlo. Así es la guerra.
La Guerra es la Guerra.
Millares de seres humanos han de caer en la lucha, Serán esgrimidos todos los subterfugios guerreros, teóricos, práctico, estadísticos, científicos, cada vez más perfectos y poderosos, Mi nota alcnzará solo hasta la idea de algún vulgar verso endemoniado, agrio y amargo a la vez, para una escasa imaginación.
Valdrá, sin embargo, para ayudar a entender como se beben los jugos de la hediondez política que no mide ni le interesa perder el tiempo midiendo ni contando puntajes entre discusiones sobre razones de guerra, entre naciones, regiones, paises, partidos políticos. familias, gallos, políticos, empresarios, deportistas, conductores sociales y religiosos.
Presidentes, aspirantes a ser presidentes, dirigentes de bases, encumbrados directores, etc., se amenazan, se desafian a duelos de guerras de cualquier índole, se compran o venden como pólvoras y municiones de cañón. En fin cumplen sus roles biológicos, evolucionistas, se matan, estropean, descartan o invalidan unos a otros. Todos quedamos compelidos a desplazar a Dios, para superarlo.
Todas las luchas por el poder primero deben iplicar las luchas por superar el hambre, la sed, la necesidad de sobrevivir, dominar espacios donde morar, donde existir, donde continuar, donde reproducirse, es decir, como eternizarse. Esa es y tiene que darse ese cumplimiento sobre el madato mayor: la obligación necesaria de existir.
Así, por ello, se cumplen las complacidas urgencias por comer, reproducirse, ejercer poderes, dominar, ser reonocidos, ganar y conquistar espacios, controlar la producción de los víveres que, finalmente, garantizan el ascenso a la divinización.