Cierto. Ciertísimo es que entre las diversiones vitales que mueven la condición material, existencia o ser de la humanidad como constituyente cierto del conjunto universal, una que mueve de modo inequívoco su reactiva modalidad de conformar su evidente realidad esencial, es la de activar sus respuestas ineligentes en el acercamiento que lo llevaría a tratar de entender su misma enredada existencia.
Desde que dichas inquietudes aparecen como registro de la continuidad existencial del hombre, -lo mimo que de los animales y todo la materialidad existente-, estas inquietudes forman parte del incesante imaginario intelectual que se extiende sobre el pensamiento humano como necesidad eternal.
Fuera de las respuestas espirituales conformadas por el misticismo ideológico divino, se baten los principios y paradigmas científicos, mismos estos que del mismo modo extienden sus límites continuamente con actitud considerada, dentro del mismo paradigma, como objeto de perfeccionamiento y escudriñamiento que complace, -siempre bajo la cubierta del mismo paradigma-, una opción vital.
Filósofos de todos los tiempos, sin embargo, quedan atrapados, constipados, decepcionados, asfixiados ante los efectos del vértigo limitador de la imposible respuesta, aun reservada fuera de las fronteras de la imaginación humana cuyo más certero tino se detiene en la construcción de su propio modelo de perfeccionamiento humanoideo, restringido a la existencia divina, proyectada como limite del perfeccionismo imaginado.
Hasta este momento, no existe una concepción filosófica expuesta o conocida, que fije un concepto definitivo sobre el destino material, existencial, pasible de superar o de alcanzar con razonabilidad humana, la idea del perfeccionsimo divino. Ni San Agustín, Sócrates, Platón, Epicuro, Einstein, Hegel, Marx, Spinoza, Prigoyine, Hume, Kant, Aristóteles, Hawkings, Einstein, Confusio, etc....-ni siquiera el deicida Nietzche-, .han alcanzado reemplazar el diosismo filosófico.
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