Pensar, imaginar, ordenar el pensamiento de modo condensado hasta hacer de las ideas un concentrado sustanciosamente lógico permite alcanzar, tanto en la productividad científica, filosófica como en el florecimiento artístico-literario, se constituye en una virtud muy cara, propia de la capacidad cerebral para alimilar, ejercitarse y rendir efectiva y eficientemente en torno al logro del objeto que procuramos desarrollar o crear alguna obra, independientemente de la motivación que nos impulse.
Tanto el placer que el conocimiento sobre el pensamiento, que pudiera interpretarse como "científico", "artístico", "místico" o de cualquier modo que pudiera calificarse, en ultima instancia, siempre genera un placer, una satisfacción neural que el sistema cerebral asume del mismo modo: complace las demandas químicas que el sistema biológico interpreta, define, como necesidad que es convertida en vitalismo para el continuismo de la especie que viene a ser la ugencia sobre la que se funda la materialidad que nos constituye.
Cualquier gesto vital, resulta, en ultima instancia, una ruta más, cualquiera sea zizagueo entrópico que el trabajo de alcanzar esa meta intermedia entre el conocimiento y el incierto natural que signa la continudad material que nos acoge y nos espiritualiza.
Hablar, escribir, comunicarse de forma sabia, es acercarse al objeto divinal de lo perfecto. Quienes lo alcanzan pasan a lucir como dioses de la literatura. Resumidamente, la comunicación lograda con palabras precisas, de contenido denso, contundente, hace rendir al máximo el objeto de la comunicación firmemente clara y completa. Lo opuesto vienen a ser los discursos diluidos en adjetivos, apodos, florilegios, denuestos, juzgamentos previos...etc.