La moral, concebida como una medida relativa entre los extremos de "BIEN" y "MAL", permite a la imaginación de quienes han reflexionado sobre esta comparación visualizar dichos extremos como los límites de los números naturales representados en un eje gráfico. En este eje, el número "0" (cero) ocupa el centro, mientras que los números positivos se sitúan en un extremo y los números negativos en el opuesto.
El misticismo, que nos acerca a lo divino, puede representarse como una flecha que señala la ruta hacia los extremos infinitos: el infinito negativo y el infinito positivo, opuestos entre sí y definidos por sus respectivos signos.
Los moralismos religiosos, como indicativos de las aspiraciones humanas que garantizan su evolución y supervivencia natural, tienden a señalar las acciones que conducen hacia el extremo del bien. Lo opuesto, por otro lado, define el extremo que amenaza y se opone al bien, es decir, el mal.
Quienes alguna vez hemos cultivado las enseñanzas aritméticas, hemos logrado asociar estas referencias con medidas que definen "lo bueno" y "lo malo". Estos conceptos se ubican en los extremos que representan la superación y existencia de la vida misma frente al abismo de la inexistencia, marcado por el extremo del mal.
Las conclusiones derivadas de los acercamientos naturales que explican nuestra existencia nos indican, desde una perspectiva inteligente, que aquellos actos que nos guían hacia el infinito del bien son los que favorecen la existencia. En contraste, el opuesto nos conduce hacia la inexistencia total.
Así lo sentimos, así nos definimos y así lo reflejan nuestras aspiraciones políticas, científicas y sociales. Todos los misticismos, ya sean materialistas, espirituales o científicos, convergen hacia ese logro supuesto del perfeccionismo divino, sin importar la ruta elegida, siempre que no sea la que conduce hacia la abismal inexistencia material.
Los actos destinados a garantizar la supervivencia animal y, en consecuencia, la del ser humano, siguen la flecha indicativa que impulsa los mecanismos biofísicos y bioquímicos hacia la preservación del proceso vital. Esto asegura, al menos por unos cuantos millones de años, la continuidad de la evolución y la vida.
Cabe señalar que, salvo algún milagro divino, la ruta hacia la desertización marciana está garantizada, ya sea antes o después de la llegada de lo que nuestras esperanzas místicas esperan. Mientras tanto, queda evidencia de que cualquier reconocimiento material, académico, social, místico o familiar, obedece al mandato que propicia el desarrollo y la expansión del proceso biológico de la existencia, orientado hacia la ilimitada continuidad material.
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