Cierto, Ciertísimo es, que la fe puesta en los postulados exhibidos y sustentados al amparo del paradigma científico, al que nos acogemos los seres humanos sometidos a los controles de la educación escolarizada bajo los parámetros biomedidos de nuestra civilización, nos conmina a aceptar esta consagración con la que rendimos culto a esta mayimba del conocimiento: la diosa "Ciencia", cuyas reglas nos trazan esas líneas durísimas, que en franca competencia con los misterios argüídos por los espíritus de las teologías y las filosofías, se baten, combaten, debaten y conviven entre resquemores de todas las índoles expresivas.
Sin embargo, la verdad, franca, monda y lironda es que el absolutismo científico, por más que su divinación se enfrente al reino de los dioses milagrosos, no deja de ser eso, un paradigmático universo sometido a unas reglas que asumiimos como casi irrevocables (aunque Einstein no aceptara entregarle a Dios los secretos del incierto cuántico).
Nuestro diseño neurólógico humano (no conocemos ni una pizca de lo que piensan, si lo hacen, otras materias vivas ni si el resto de la materia cuenta con respuesta distinta ni como lo manifestaría), aparentemente no alcanza para más allá de esas tres reflexiones ajustadas al conocimiento: El Espiritual, la Filosofía Especulativa y Materialismo Científico.
Hasta donde llegan mis límites, esta repartición se mantiene con bastante equilibrio como lo hacen los giros de los planetas antes de que colapsen las estrellas que los gravitan, entre unos y los otros se acogen con muchísimos, entusiasmos, según las circunstancias entre sus enamoramientos, tan adúlteros unos como los otros, se las entienden entre moralizaciones jalonadas de aquí para allá y de allá para acá, en una triangulación divinalmente eterna. Los tres, eso sí, convencidos de ser cada uno el mejor.
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