Todas las guerras generadas como parte de las competiciones humanas por los espacios vitales demandados por los procesos de la evolución biológica, contraen en sus alforjas esenciales las necesidades por la supervivencia y la existencia. La vida material, su biología, su razón.
Estos esenciales vitales dan origen a los órdenes de prioridad que definen la historia con respecto a las guerras, sus intereses. Sus más caros valores siempre irán atados a la superación de la existencia material misma.
Desde la más primitiva idea de sociedad hasta los momentos mejor tallados de la civilización contemporánea, siempre ha sido y no nos consta que alguna vez no lo sería, esa prioridad material el motor que mueve el orden conocido.
La evolución social aun como fenómeno espíritual o noúmeno, quizás alcance alguna relevancia como ficción distinta al reto material en que se enmarca la arquitectura mental de nuestro pensamiento, pero objetivamente tratado, materialmente pensado, todas nuestras luchas como humanos, nos conducen al con trol material de nuestra existencia.
Es por lo dicho que nos atrevemos a pensar que cualquier conflicto guerrero alcanzará siempre su conclusión en la medida de que el equilibrio final de las partes en conflicto alcancen la estabilidad del máximo rendimiento que sobre la sociedad conformada se verifique como razón última del momento y el espacio material que cubre el esenario lógico, dialéctico.
Vida y muerte, como fenómenos evolutivos naturales, rinden sus tributos en igual medida, tras los anhelos de perfectibilidad pronunciados por la naturaleza como la conocemos. Ajustes, equilibrios, estabilidad e inestabilidad, son las constantes en las que se funda la dinámica evolucionista.
Es dinámica, finalmente, nos traduce a la conformación de una sociedad humana idealizada, divinizada, en busca de esa virtud fantástica de la espiritualidad divinal. Guerras materiales no pasan de ser fenómenos pasajeros, acumulación de fuerzas y de esfuerzos transables, transitorios, constituyen retos humildes, pasajeros, verosímiles, racionales pero sin más fin que el de cualquier instante histórico, no más.
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