Siendo El Estado, una entidad material, lógica y moral, sustantivamente resultante del proceso evolutivo de su biología social, es decir, resultante de la organización competitiva verificada como lucha racional por la existencia, supervivencia y perfeccionamiento biológico, esencial y natural, todos los actos apropiados a esas metas, han de cumplir con los principios que su naturaleza lo obliga: fortalecimiento institucional, poderío competitivo, superación biológica, dominio material lógico sobre las contrapartes competitivas y la imposición de sus objetivos morales.
La indefinición moral de los objetivos humanos, allende la divinización idealista, viene adosada como rentabilidad sujeta al pensamiento, al sueño o hilo de lo esperado y afinado como salvación, maximización de la virtud divinal.
El Estado queda así obligado a entregarse con todos los recursos imaginados, a la lucha por ese fortalecimiento máximo, al dominio y convencimiento de que su rentabilidad como ente material solo se alcanza luego de ese convencimiento de que lo mejor aun no ha sido conquistado pero es alcanzable y moralmente destinado a ser alcanzado.
Esa Rentabilidad Moral, debe superar completamente todos los parámetros racionales, lógicos, materiales y espirituales. El Estado debe ser el asiento, el Trono Divino.
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