jueves, 30 de julio de 2020

FILOSOFÍA DE LA VERDAD

LA VERDAD, como afirmación de los hechos probados, con frecuencia se desliza por pendientes que conducen a los abismos lógicos de las incertidumbres características de las imperfecciones del conocimiento humano. No obstante, la cultura humana, como fruto constante y continuo de los procesos que conducen la evolución biológica-material, suele valerse, con carácter que pudiéramos calificar de necesidad imprescindible y concomitante con el curso material de su evolución, de abstracciones ideales, es decir, lo máximo, la perfección deseable, la meta divinal.

Cualquier pensamiento, aspiración, ejercicio de perfeccionamiento, de corrección conductual, deviene de la idealización o divinización de los propósitos y proyectos evolutivos. De esas idealizaciones provienen los "principios morales", las creencias, los ideales políticos, los ideales que impulsan la consecución de los conocimientos científicos. Nos luce casi cierto, verdadero, firmemente creíble y lógico, como verdad puramente científica, que el Gran Cosmos, como tal lo conciben los conocimientos humanos hasta el momento, materialmente desarrollados, poco se entera de las incidencias humanas, definidas en el punto "Tierra" del Sistema Solar.

Nuestros gustos por el "bien", como nuetros rechazos y condenas, sobre "el mal", decididores, estos sobre los principios morales, éticos y religiosos, nos compelen a la materialización lógica de luchas competitivas, propias de ese carácter biológico-material que se esfuerza en sobreponer unos idealismos sobre otros  como forma permanente de sobreponerse unos contra los otros por alcanzar los idealismos impulsores de la máxima seguridad y probabilidad de verdad.

Cierto, ciertísimo, es que al momento que nos toca formar parte de este sistema biológico-material, nada luce más verdadero, más probable, con mayor grado de certidumbre, que la idealización de las capacidades materiales para autodefinirse y mostrarse como fenómeno continuo de la naturaleza del tiempo y la existencia misma.

Los moralismos, como las oraciones religiosas y el placer por los saberes científicos, no distan en medida alguna de los placeres por la reproducción, la existencia misma y la convivencia junto a la naturaleza y sus atributos concomitante junto al resto de la naturaleza material. Lo ideal, el paradigma divino, resulta justo y necesario como impulso luchador por la superación y sensación de perfeccionamiento demandados por el sistema biológico-material humano. 

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