lunes, 26 de agosto de 2019

LA MUERTE DE SANTÓN

Santón comenzó sufrir del incómodo  "mal de orines",  bastante común en la población de ascendencia africana, que por lo general ataca después del medio siglo de edad. Ya Santón cruzaba los umbrales del medio siglo de edad, que es la proximidad al temporal cuando suele atacar este indetenible fuetazo contra la masculinidad. A pocos años de cargar esta cruz, falleció Santón. Durante el par de años de sus sufrimientos, siempre andubo de buen humor, bromeaba entre los suyos.

Era común verlo rodeado de jóvenes con los que compartía animadamente, algunos tragos, partidas de cartas, dominó, tablero o damas, dados, etc., momentos que aprovechaba para mostrar con burnonas socarronerías sus talentos como maestro de las apuestas con cartas marcadas, dados cargados y demás truanerías propias de apostadores profesionales, a la vez que los revelaba a todos, quienes sorprendidos, disfrutaban y celebraban sus aprendizajes. De vez en cuando se aplomaba un trago y entre sarcasmo y melancolía, solía reísrs de si mismo al decir: "ya Santón no da ni para santico".

 A todos aconsejaba seriamente sobre evitar los juegos de azar contra apostadores extraños, aventureros y  gitanos de los que acostumbran a levantar carpas de diversiones en algunas comunidades. Era querido y apreciado como nadie, desprendido y dispuesto a defenderlos siempre que algún asunto se presentara a los alcances de sus capacidades e influencias con amigos y autoridades del pueblo y frente a su gran amigo el alcalde de La Cuchilla. Con este había transado una entrañable amistad que lo convertía en practicamente "su mano derecha", en muchos asuntos para lo cual era proverbial su heredada intuición familiar. Ya los arreglos de ensalmos, tisanas y brevajes curanderos no podían con las molestias dolorosas de Santón.

Ni siquiera pudieron mucho las inyecciones que durante algún tiempo les aplicaban en el dispensario médico del pueblo. Hubo una mañana en la que Santón no logró llegar al amanecer. Falleció. Su velatorio fue asistido y llorado como nunca se imaginara nadie. El Padre Constancio, quien solía visitarlo cada vez que le tocaba oficiar misa, el día anterior estuvo para confesado y aplicado la Extrema Unción de los Santos Oleos, había salido conmovido y lloroso,  entre conturbado y ofendido como nunca se supiera que le ocurra a algún sacerdote, acostumbrados, como están a la tristeza de despedir la vida de tantos feligreses que les toca asistir.

Siempre quedó la especulación sobre si sería que Santón le habría confesado algún crimen o procacidad inadmisible. Los curas, como los médicos y  soldados que van las guerrasd,  suelen volverse fríos   frente a la muerte de otros, pero este no fue el caso del cura Constancio y su noble amigo Santón, este quien le deparó siempre tanto cariño como a un propio hijo. 

Como buen profesional jurado y votado en el  Secreto de Confesión, este cura nunca ha hablado ni hecho sugerencia alguna que deje conocer lo que le ocurriera durante aquel particular acto sacremental del que por algún o algunos motivos, salió tan solo Dios sabe,  sentido o resentido.

Cada año el mismo cura asiste a honrar la memoria de Santón con especial esmero y reiterados ruegos al Señor por su perdón, haciendo acentuada mención del cariño especial con el que desde niño, siempre lo trató Santón. 

Este cura, quien lucía un elegante porte varonil, brillaba por sus dotes de buen orador valiente, arrojado y sabio, para bien o para mal, era fama en el lugar que con frecuencia debía resistir estoicamente los lances de exagerada admiración mostrado por algunas jóvenes damas de la comunidad a la que solía asistir semanalmente a ofrecer misa en la emita cuya edificación  el mismo Santón había diligenciado con las autoridades del pueblo, a raíz de la ordenación como sacerdote de este prominente hijo del alcalde. Esta ermita siempre fue atendida por Doña Clara Santísima, esposa del alcalde, a su vez madre del cura. 

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