sábado, 12 de julio de 2025

LA GUERRA ES LA GUERRA


La guerra es la guerra.
Eliminar las amenazas es la guerra. Matar es la guerra. Sobrevivir es la guerra. Morir por una causa es la guerra. Convertirse en vencedor es la guerra. Celebrar la caída de los vencidos es la guerra.

La guerra no concibe pensamientos ni ideas de paz contrarias a su naturaleza. Los hombres, como animales, y como sublimes seres obligados a hacer prevalecer sus propósitos, cuentan sus triunfos como éxitos de la guerra —sean estas religiosas, alimenticias o por poder. Siempre serán los mismos los motivos: el poder divinal, el poder que demandan las reglas ordenadas por la materia según los arreglos universales que nos determinan.

Difícil es predecir las reglas que nos determinan. Privilegiados son los dioses que afirman haber alcanzado la inteligencia determinística capaz de entender la evolución de la guerra y sus orígenes. Dichosos, podríamos llamar a los inteligentes capaces de comprender los motivos de la guerra: su evolución divina, sus fines, sus virtudes, sus razones místicas.

La guerra es la guerra. Según los hombres, justificarla complace los sabores, olores y emociones del triunfo, la tristeza y el horror de los vencidos. Sin embargo, guerra es guerra, y los humanos sabemos —y sentimos— los dolores y los horrores de la guerra.

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