Debe ser motivo de tristeza, preocupación y dolor espiritual, tener que observar como los dominicanos nos lapidamos cada vez que hallamos la oportunidad de exhibir cualquier gesto de miseria compasiva, como si tras ese gesto nos propusiéramos llamar atención para recabar y acumular lástimas ante los demás. Con ello, naturalmente, logramos provocar y promover la desconfianza de nuestros hijos y demás congéneres, en sus respectivos futuros, en su genética ancestral, biológica y social. Promovernos como seres desechados, indignos de ser ciudadanos de ninguna sociedad política, incapaces de batallar y alcanzar logros, es una actitud de frustración que no se compadece con el creciente desarrollo humano mundial. Somos nosotros mismos, agentes protagonistas de cambios y avances dialécticos, naturales o divinos, según lo mire la fe particular de cada cual, pero inevitablemente visible, medible y comprobable. No le hace favor alguno al futuro de nuestros hijos, el presentarnos como infelices ladrones, corrompidos anatómica y psicológicamente. Valdría, quizás, hacer un inventario histórico de los valores dominicanos que nos signan como estandartes humanos al mejor estilo de cualquier sociedad. Quizás deberíamos enterarnos en esta comunidad, por qué una importantísima corporación comercial y científica elegido un dominicano para entregarle inmensas responsablidades en tierras tan lejanas como Australia, por qué algún médico dominicano, ande conduciendo importantísimos centros científicos y académicos o por qué en alguna localidad de Argentina eligen el nombre de algún escritor dominicano, por solo citar un par de anotaciones. Exhorto abiertamente a todos nuestros compañeros a revalorar esas propuestas de menosprecio constantes contra nosotros mismos, que acabemos con las frustraciones suicidas, eutanásicas, en honor a nuestros padres y profesores y en favor de la seguridad intima de nuestros hijos y su futuro.
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