sábado, 3 de octubre de 2020

EL CAZADOR DE ERRORES

 El cazador de errores traía entre sus costumbres mejor cocidas en su cendra de herrero forjador de letras para tumbas, la virtud de percibir con suma facilidad mínimos detalles relacionados con aparentes desviaciones y marchitados de los reslucientes afilados y bordes con los que finalizaban sus tratamientos profesionales. otros herreros que compartían con él la plaza comercial de la comarca. Todos habían aprendido el oficio de herreros, constructores de sables, espadas y otras utilerías propias de las armaduras facilitadoras de la guerra, con un marineros suizo que decidió desistir de regresar al barcaza de cabotaje mercantil en la que había arribado al país por los atracaderos orientales de la Isla. Luego de varios años, volvió a sus tierras. Del mismo modo, un poco más tarde, también retornó a encontrarse con sus amigos y familiares que hubo de fomentar en nuestra sociedad. Fué gratamente sorprendido al hallar que el oficio de herrero se había extendido por varias comarcas de la región. Cada uno, según sus habilidades personales, disponibilidad de materiales y necesidades y demandas de sus respectivos servicios, habían desarrollado distintas variantes en las termnaciones en los detalles de sus piezas y servicios ofrecidos. Sorprendido y admirado quedó el el maestro del que descendía profesionalmente aquella generación de artesanos, considerados magníficos por el gran pionero. Para él mismo, lo más destacable hubo de ser la observación de que algunos procedimientos y técnicas que entendía como novedosísimas que se desarrollaban en la Europa de la que acababa de regresar, habían evolucionado, en variantes muy efectivas, igualmente entre los artesanos criollos. Sin embargo, uno entre todos, se había resistido a modificar lo aprendido de su maestro suizo, con quien, precisamente, había laborado durante casi todo el tiempo que el extranjero hubo de permanecer establecido por estos mundos. El mismo consideró penoso que su alumno se hubiera detenido en el tiempo y hubiera envejecido sin practicar las nuevas y evolucionadas técnicas de las artes de la herrería. Los filos modificados,  que hacían muy eficientes los cortes de las armas y utensilios de labranzas y demás fueron llamados encabalgaduras. Los herreros locales solo los apodaron como "andanas". El cazador de errores nunca superó su envejecida quedadera .


  

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