Lo Cierto, ciertísimo, es la actitud parcializada, mezquina hasta la ridiculez, con la que nuestra bien acreditada y respetable Procuradora General de la República, indiscutidamente sometida a presiones masivas, mediáticas, populacheras y partidarias ha destapado sus mal guardado desquite, no hará más que diluir en un mar de imposibilidades sus propias intensiones de sobresalir, de hacer sobrefulgurar su históric buen nombre, ya un poco mal humedecido tras las últimas exposiciones, aun, a pesar de las peores certificaciones éticas con las que buscaron escupirlo.
Procurar la refundación de expedientes dicho y desdichos, gastados y desgastados por los manoseos mediáticos, populares, jurídicos y políticos, cuasi-vencidos, etiquetados por vaivenes de la deontología legal teórica e ideológica, solo encamina sus perspectivas ejecutorias hacia la dilución infinita de las posibilidades reales de ejercer con eficacia la más sana ejecutoria del bien moral de una justicia equilibrada.
Cierto, ciertísimo, es que no cuentan ella ni todo El Estado Dominicano, como está instalado, condiciones para hacer justicia legal frente a la averiguación de las fortunas del ciudadano dominicano, sus empresas, sus bienes adquiridos, su historial, su comportamiento, estén estos ciudadanos y personas jurídicas, compromisados antes o actualmente, con El Estado formalmente establecido.
Seleccionar, de modo antojadizo, o a partir de la complacencia oscura, microscópicamente parcial, constituye una torpeza, un abuso, un desatino, una pura actitud antijurídica por excepcional, malvada por viciosa. Todo el mundo político, empresarial, gubernamental y social en general, conoce, sabe y hasta comprende, que no podrá constituirse, nuestra merecidamente distinguida Procuradora General de la República, en una equilibrada "cazadora" de delicuentes económicos de nombres imposibles de tocar, políticos, empresariales, militares, religiosos aun si lograra tirar montañas de piedras para atrás, a cortos pasos y mucho menos hacia pisadas largas en poder, tiempo y espacios.
Pena, mucha pena, resulta mirar, escuchar, saber, de que Doña Milagros Ortiz se haya prestado a hacer de bufona, cargando con acciones improvisadas de abusos, retaliaciones y desafueros tan groseros como ha sido el de su empeñado papel por destruir la vida pública y emocional de una persona joven, emprendedora y profsional que bien merecería ser exhibida como ejemplo de superación personal.
Triste final político proyecta Doña Milagros, persona que tanto respeto y admiración, históricamente, ha merecido de casi toda la ciudadanía dominicana y aun de más lejos. Dos damas, dos nombres importantes, icónicos, parecen desplomarse bajo el influjo del peso de la insensatez de este pandemonio viral que nos envuelve.
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