Cierto, ciertísimo, es el principio más elemental de las comunicaciones poderosas, las que se dirigen expresamente a crear percepciones de cualquier indole, el primer recurso, el más elemental y efectivo es el de la publicidad, el exponer ante el blaco al cual va dirigido el objeto, la existencia misma del objeto.
Una consecuencia devenida de este conocimiento, resulta que cuando receptor de una información es un conocedor de ese detalle, sea por simple intuición o por haber atendido a alguna educación expresa en ese sentido, recibe cualquier afirmación no esperada o procurada, sus sensores del pensamiento activo sobre la percepción en la comunicación, le adelantan la posibilidad de que la información puede ir dirigida a convencer al receptor de que cambie su modo de pensar por el que se describe en el relato publicado.
Efectivamente, el receptor demasiado sensible y frágil ante nuevas y atractivas afirmaciones, tiende a s afectar su pensamiento, sus conceptos, aprecios o desprecios implicados en nuevas afirmaciones, sobre todo, si estas le resultan sincrónicas y rítmicas con sus modos de pensar.
Esa condición de debilidad inclina al receptor educado en ese conocimiento a creer para si que toda información o afirmación compromete la opinión y los deseos mismos del emisor.
Lo cierto, es, sin embargo, que el reporte, debidamente aislado, puede significar solo, un objeto de estudio, de análisis, de información veraz, una materia no comprometida con el pensamiento del relator histórico-científico que busca ser objetivo en cuanto sea profesionalmente posible.
Cierto, ciertísimo, es que al emisor nunca le será posible evitar alguna responsabilidad con el contenido escogido pero, claramente, es responsabilidad del mismo receptor asumir y entender con duda razonable cualquier afirmación recibida y disecar con sabiduría el contenido real, la substancia servida en la densidad lógica de su valor.
Un caso típico, bien válido en estos días, en los medios dominicanos, a modo de ejemplo, es el del analista que al valerse de conocimientos especializados e instrumentos de medición apropiados, intenta predecir que un temporal ciclónico se avecina y puede provocar estragos en toda la isla.
El perceptor nervioso, asustadizo, tiende a retorcer la información y la reconvierte entoncs en especulación, acusa al predictor de endemoniado que se dispone a llamar los demonios de los vientos para destruir la isla, lo acusa ante el consejo de sabios y el predictor es condenado a la horca.
Como si no fuera suficiente, como de todos modos, al final, el ciclón llegó y provocó todos los estragos previstos, el consejo anuncia que el predictor fue tan funesto que el mismo espíritu del mismo, hubo de provocar los daños anunciados.
El parnaso histórico mundial de las artes espirituales, está repleto de anecdotas que pueden ser recreadas como si esta misma puesta fuera el origen de las historias contadas, pero en verdad fueron y siguen ocurriendo estos hechos que no dejarán de ser parte del juego de prueba y error en el que se fundan los ajustes en la biología humana y social que signa nuestra antropología material.
Una consecuencia devenida de este conocimiento, resulta que cuando receptor de una información es un conocedor de ese detalle, sea por simple intuición o por haber atendido a alguna educación expresa en ese sentido, recibe cualquier afirmación no esperada o procurada, sus sensores del pensamiento activo sobre la percepción en la comunicación, le adelantan la posibilidad de que la información puede ir dirigida a convencer al receptor de que cambie su modo de pensar por el que se describe en el relato publicado.
Efectivamente, el receptor demasiado sensible y frágil ante nuevas y atractivas afirmaciones, tiende a s afectar su pensamiento, sus conceptos, aprecios o desprecios implicados en nuevas afirmaciones, sobre todo, si estas le resultan sincrónicas y rítmicas con sus modos de pensar.
Esa condición de debilidad inclina al receptor educado en ese conocimiento a creer para si que toda información o afirmación compromete la opinión y los deseos mismos del emisor.
Lo cierto, es, sin embargo, que el reporte, debidamente aislado, puede significar solo, un objeto de estudio, de análisis, de información veraz, una materia no comprometida con el pensamiento del relator histórico-científico que busca ser objetivo en cuanto sea profesionalmente posible.
Cierto, ciertísimo, es que al emisor nunca le será posible evitar alguna responsabilidad con el contenido escogido pero, claramente, es responsabilidad del mismo receptor asumir y entender con duda razonable cualquier afirmación recibida y disecar con sabiduría el contenido real, la substancia servida en la densidad lógica de su valor.
Un caso típico, bien válido en estos días, en los medios dominicanos, a modo de ejemplo, es el del analista que al valerse de conocimientos especializados e instrumentos de medición apropiados, intenta predecir que un temporal ciclónico se avecina y puede provocar estragos en toda la isla.
El perceptor nervioso, asustadizo, tiende a retorcer la información y la reconvierte entoncs en especulación, acusa al predictor de endemoniado que se dispone a llamar los demonios de los vientos para destruir la isla, lo acusa ante el consejo de sabios y el predictor es condenado a la horca.
Como si no fuera suficiente, como de todos modos, al final, el ciclón llegó y provocó todos los estragos previstos, el consejo anuncia que el predictor fue tan funesto que el mismo espíritu del mismo, hubo de provocar los daños anunciados.
El parnaso histórico mundial de las artes espirituales, está repleto de anecdotas que pueden ser recreadas como si esta misma puesta fuera el origen de las historias contadas, pero en verdad fueron y siguen ocurriendo estos hechos que no dejarán de ser parte del juego de prueba y error en el que se fundan los ajustes en la biología humana y social que signa nuestra antropología material.
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