" Pocos se dedican en verdad a la escritura como oficio"...Argénida Romero
Esta afirmación, que el contexto en el que se ha expuesto carga el tono de denuncia y reproche, es correcta, certera afirmación. Ahora, bien, la creación artística que se ejerce profesionalmente, como medio para la conquista del hecho poderoso de la propiedad material, del medio de producción, no resta su derecho a ser validada como tal: arte profesional.
Ahora, bien, la obra lograda entre los marcos de la inspiración y sublimidad del pleno placer artístico, jamás pierde su calidad de arte, por el contrario, es la que mejor se acerca a la pureza misma del objeto artístico, por cuanto, el oficio, el ejercicio profesional, la dedicación laboral, bien es cierto que estimula, obliga y logra la precisión técnica, la capacidad reproductiva, la multiplicación y rendimiento del producto pero no así, necesariamente, la purificación artística.
Es así, por tanto, que el arte, para serlo, no precisa de la dedicación "de oficio", de lo que si precisa es, sin dudas, del dominio de la técnica para armar el escaparate sobre el que se realizaría la obra, es decir, en el caso de la literatura, el manejo de la lengua, sus trazos, colores, instalaciones y terminados, sin embargo, lo imprescindible ha de ser siempre, el talento, ese extraño componente del pensamiento humano que como los metales nobles y las piedras preciosas, sólo aparecen en fracciones proporcionales de números pequeños sobre números gigantescos, numerador chiquiningo y dividendo montañoso.
El arte es la creación, virtud de creadores, de dioses, el oficio es la técnica, la práctica operativa de los experimentados montadores de los escenarios, escaparates, filólogos, gramáticos, versificadores, ingenieros de las mediciones, agrimensores y hasta científicos. El artista es Dios.
Ahora, bien, la obra lograda entre los marcos de la inspiración y sublimidad del pleno placer artístico, jamás pierde su calidad de arte, por el contrario, es la que mejor se acerca a la pureza misma del objeto artístico, por cuanto, el oficio, el ejercicio profesional, la dedicación laboral, bien es cierto que estimula, obliga y logra la precisión técnica, la capacidad reproductiva, la multiplicación y rendimiento del producto pero no así, necesariamente, la purificación artística.
Es así, por tanto, que el arte, para serlo, no precisa de la dedicación "de oficio", de lo que si precisa es, sin dudas, del dominio de la técnica para armar el escaparate sobre el que se realizaría la obra, es decir, en el caso de la literatura, el manejo de la lengua, sus trazos, colores, instalaciones y terminados, sin embargo, lo imprescindible ha de ser siempre, el talento, ese extraño componente del pensamiento humano que como los metales nobles y las piedras preciosas, sólo aparecen en fracciones proporcionales de números pequeños sobre números gigantescos, numerador chiquiningo y dividendo montañoso.
El arte es la creación, virtud de creadores, de dioses, el oficio es la técnica, la práctica operativa de los experimentados montadores de los escenarios, escaparates, filólogos, gramáticos, versificadores, ingenieros de las mediciones, agrimensores y hasta científicos. El artista es Dios.
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