Los moralistas y denunciadores consuetudinarios que han modelado el asentamiento del pensamiento popular, suelen gozarse en sus desahogos a través de los cuales promueven su posicionamiento mercadológico, hartos efectivos y ventajosos. Así logran servir cómoda y complacidamente la virtud primordial del capitalismo: la acumulación masiva de capitales convertibles. Suelen actuar atleticamente como prospectos de altos rendimientos. Logran conquistar almas arrepentidas, adoloridas y convencidas de que al orar sus lamentos, El Creador acudirá a su proverbial magnificencia para asistirlo y atender sus deseos. La práctica nos cuenta que la realidad es mucho más pro-activa. Los tramos más relucientes de los empedrados opuestos a los caminos de Dios, cuentan los fabulistas históricos como Pepito, el famosísismo niño de los graciosos cuentos, van acomodados en largas filas de buenas intenciones y buenos deseos.
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