Aun nos ungían los aromas y pétalos de encendida primevera
Destilamos los espíritus temerarios del placer compelido por los dioses
Contra las noches arboladas de las avenidas contra el tránsito y sus luces
Contra prestadas almohadas de lechos consentidos solo por los silencios
Asientos comprimidos en automóviles de escasos claros a cuatro piernas
Fuimos la sal de la vida presta a ser consumida bajo lunas y rojos soles
Entonces escribimos la historia del amor a dos puños sin reglas ni culpas
Ahora la tarde nos remonta contra los vientos en amenazas de tormentas
Vueltas a favor de distancias casi invencibles, lejana tu rigidez de senos
Vientre de fuego, rico el reverbero desde todas las estaciones del cuerpo
Nos atrevemos aun a desafiar este mundo mortal desde nuestra estación
De sordas y mudas corrientes, temblorosos saltos de pretendida altura
Solo medida en las cuartas abiertas de unas manos consentidas. Amén.
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