lunes, 11 de febrero de 2019

APODOS Y HABLA RURAL

Durante una conversación ocasional desarrollada entre la muy distinguida y reconocida Prof. Angela Acosta y el suscrito, en presencia de otro par de amigos y profesores, surgió un tema relacionado con los estilos coloquiales de conversación adoptados por profesores y estudiosos formados en el decir académico, cuando, sin embargo,  estos profesores desisten de las propiedades concebidas bajo reglas formales por las más reconocidas academias dedicadas  a proteger la unicidad universal de la lengua.

Puse como ejemplo de mis objeciones para  la  relevancia del caso, a mi muy distinguida Prof. Ligia Ramírez, harto reconocida por la antológica rigidez de sus exigencias en torno al  decir y el escribir soportado en las normas de la comunicación enderezada al mejor estilo cervantina del cultivo de la lengua. Expuse como una conversación familiar iniciada con ella durante un viaje desde Santo Domingo a Yamasá, se mantiene entre los marcos de sus formalidades mejor  llevadas, en su condición de conductora de enseñanza de la lengua durante todos sus últimos 50 años, hasta arribar al puente del que parten los límites urbanos de la municipalidad.

Lugar y momento a partir de los cuales se produce una marcada transformación en su estilo de expresión oral, tras buscar adaptarse a las tradiciones de las pronunciaciones rurales, mucho más suaves, tiernas, cómodas y llevaderas.

Así que se inician de modo automático los cambios de nombres bautismales a los apodos más cómodos. Se pierden de inmediato nombres como los de las profesoras Rosa Herminia, Rosa Antonia, Angela Acosta, Lorenzo de los Santos, Isabel Caba, Josefina Acosta, Cruz Popa, Josefa Araujo, María Fracisca, Doña Cristiana, Alfonsina, Minerva, Alberto de la Cruz, Diógenes de León, etc., y pasan a ser nombrados por sus respectivos apelativos caseros.

Así mismo se transforman, ipso facto, palabras y expresiones como: "Su Merced", que pasa a pronuciarse como "Sumeicé", "huyó", que pasa a "se fue a juí",  "Mi comadre", que pasa a "Mi comai"; "comida o almuerzo", que pasa a "comía, comiíta o arrocito"; "la escuela", que pasa a ser "le'cuela", "hartura", que pasa a ser "jartura o jaitura"; "longaniza", que pasa a llamarse "longana", "pues yo no", que pasa a decirse "po yo si no".

Así iba la conversación cuando pasé a expresarle a la Prof. Acosta mis consideraciones al respecto. Pasé a poner como ejemplos los casos de Elpidio de la Cruz, Elpidio de la Cruz hijo, Leonardo Pérez Cruz, Nilda Ramírez, Aida Ramírez, Truman Holguín, Providencia Gautreaux, Patricio Ramírez, Prof. Dámaso, Prof. Rosa Antonia Popa, Prof. Cruz Popa, y otros, quienes decidieron adoptar para cualquier ocasión su mejor forma de pronunciar las palabras de acuerdo con las correcciones académicas a las que tuvieron acceso.

Como el caso de Ligia Ramírez, quiero destacar, aprovechando la confianza de mi cercanía, respeto y consideraciones con este protagonista,   el caso de Miguel Leonardo de León, inteligente y capaz, en Santo Domingo, actuando como supervisor general en una importante tienda de El Conde, daba gusto escucharle hablar con los dueños y clientes distinguidos de la empresa, lo mismo era cuando manejaba un negocio de bienes inmuebles o cuando compartíamos en alguna tertulia de aficionados a las letras, este se expresaba como un lingüísta propio de la Universidad de Alcalá de Henares, mas, tan pronto como nos íbamos a un colmado, él, Santiago Reyes y yo, cambiaba completamente su vocabulario, bajaba el nivel de los piropos pronunciados y se transformaba al mejor estilo Los Praditos. Yo solía celebrarlo, pero no lograba seguir su ritmo maestro.

Mi propia madre, mi muy amada, admirada y santa madre, por igual, conocía y practicaba esas dos formas, una era la de hablar con mi padre, con los médicos, con el cura párroco, con los profesores de la escuela. Yo, lo confieso, aborrecía esos cambios repentinos destacados, sobre todo, cuando debía comunicarse con los campesinos con los que negociaba sus cargas de víveres, y sus primos llegados de El Jagüey. Era comprensible, pero yo preferí siempre el estilo y modelo de mi padre.

Los profesores que practican ese juego, en privado como en público, contaminan su rol de modelos, de patrones, de paradigmas destinados a ser imitados, más allá de sus enseñanzas dirigidas a sus alumnos, como si sólo buscaran que pasen los exámenes y no que se extiendan en seguir su modo de hacer.

Casos destacables son los esfuerzos palpables de otras personas quienes han dado muestras evidentes de disfrutar de las correcciones académicas en la pronunciación de la lengua: Nelson Caba,  Juan Ponciano, Héctor Rivera, Ilsa y Olga Bautista, Ana Caba, las Mejía (las Emilio Mejía y las Papito Mejía), los  Ventura de la Cruz, las Perdomo de la Cruz, Cucho Pacheco, y otros ejemplos más, quienes parecieron no aceptar la tesis que sostiene la conveniencia de adoptar las formas  coloquiales, domésticas y regionales, basada en garantizar el beneficio de la confianza y cercanía en la comunicación. Esta posición, muy argumentada por los políticos locales de los pueblos, no ha convencido completamente.

Charlie Mariotti no lo ha necesitado, tampoco Leonel Fernández ni Joaquín Balaguer. A Hipólito Mejía puede haberle hecho menos bien que mal. Todas las sociedades animales, incluyendo la humana, tienden a seguir modelos que despierten admiración, reconocimientos, que se conviertan en paradigmas de perfección, lo que más se acerca a Dios que es la suma de lo perfecto.

Así, cuando un profesor, un maestro, un conductor social, comienza a ser seguido, como él se comporte, será el intento de comportamiento de sus seguidores, como el líder pronuncie, así tratararán de pronunciarse sus seguidores. No es necesario intentar explicar el origen antropológico de esa conducta que dirige la conservación de la especie, porque no creo que haya objeción para aceptar este axioma.

Nuestros líderes, sean profesores, conductores religiosos, artísticos, científicos, bellezas, triunfadores deportivos, empresarios, etc..., siempre serán imitados, al tomar conciencia de ello, quienes pretendamos asumir la responsabilidad de conducir a otros, hemos de procurar dar lo mejor de nuestras prácticas.

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